Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

24 Julio, 2023

Lo que está en juego es la democracia

En la misma semana en que se movilizan miles de peruanos en las calles aparece “Presidentes por accidente” un texto imperdible del periodista Christopher Acosta. Es un relato corto pero contundente de estampas intimas poco conocidas de Pedro Castillo y de Dina Boluarte.

En Lima, la vida doméstica de la familia Castillo es una historia de desarraigo. La familia habita por horas en el lugar más improbable para los anteriores ocupantes de Palacio: la cocina. Ahí se sintieron cómodos. Sus pertenencias, vistas en el allanamiento sorpresivo de la policía buscando a Yennifer Paredes, seguían empaquetas en bolsas de rafia. Nunca usaron ni siquiera las amplias cómodas de los dormitorios. Un fantasmal Castillo asiste a Consejos de ministros. Esta tan claro que no entiende nada que se decide que una Viceministra de Vivienda le haga la exposición primero al vigilante. Sí él no la entiende, no se hace. Y no se hizo. Un triste Castillo le confiesa a un visitante que extraña a sus animales. Mientras tanto sus parientes, allegados y aupados se reparten el botín y guerrean entre ellos casi en un concurso de imbéciles, viendo quien roba más y quien deja mas huella incriminando directamente al presidente, cuya codicia corría paralela a su ignorancia. Boluarte, no fue ajena a esta corte de pelagatos y mequetrefes.

¿Qué sabíamos de Pedro Castillo antes de ser presidente? Muy poco. Pero era evidente que no tenía ninguna preparación para el cargo. ¿Qué sabemos de Dina Boluarte? Menos, aún. Por eso este el libro resulta una epifanía. Boluarte obtuvo su título de abogada a los 41 años, el 2003. Entró a estudiar con dos hijos y un matrimonio terminado. ¿Qué hizo antes? Nada. O nada que puedas poner en un CV. Unos estudios inconclusos de administración en México, lugar donde vivió mientras su esposo hacia una maestría y su hijo mayor nació. Eso explica porque la urgencia de asociarse con otros abogados para plagiar textos y presentarlos a la biblioteca nacional como libros. Una hoja de vida vacía no consigue trabajos. Consiguió el primero, el 2007. Nunca tuvo otro. Esa inseguridad la obliga a conservar lo que obtenga. No quiso renunciar a la Reniec (lo hizo forzada, luego de que ganará), tampoco quiso hacerlo a la presidencia al Club Departamental Apurímac. La reina de la licencia no era la favorita de Cerrón. Entró porque la primera elegida no quiso. Dina amenazó con traerse abajo la lista presidencial con su renuncia porque por un error administrativo tacharon su postulación parlamentaria. Pero no lo hizo. Guerreo por su ministerio y lo protegió con lágrimas y llantos. “¿De que voy a vivir?” fue el argumento. La sondearon, antes de la vacancia con sutileza. No, ella nunca renuncia. Amaga y sigue ahí.

Los miles que marchamos en Lima lo hicimos bajo muchas banderas. Pero dos unieron a todos: adelanto de elecciones y justicia para los asesinados. ¿Qué me impresionó? La desesperación de la gente por tener un líder. Uno real. No uno misterioso y lleno de silencios, cuyas hondas motivaciones tienen que excavarse. Si por algo ganó Castillo es porque a la mitad del país el locus amenus pastoril le pareció autentico y se conectó con las raíces rurales de un pueblo que comenzó a migrar apenas hace dos generaciones. Sacada esa capa, debajo no había nada. Con Boluarte no hay ni eso.

Como dice el evangelio de Mateo: “cuando vio a las multitudes, les tuvo compasión, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor”.  Esto es lo que vi el 19 de julio en las calles: la necesidad de líderes que hagan docencia y expliquen sobre la imperiosa necesidad de rescatar la democracia en un país donde el 53% (Latinobarómetro) está dispuesto a aceptar una dictadura en circunstancias difíciles. Boluarte que es débil políticamente e incompetente para el cargo ha entregado el país a un Congreso corrupto que ya no tiene límites. Si no le importa ni el derecho a la vida, ¿qué podrá importar todo lo demás?

¿Fuimos pocos en la marcha? Los periodistas no somos actores, pero tenemos los mejores asientos del teatro. Caminamos por bambalinas y hacemos de apuntadores. Pero olo en una absoluta emergencia puedes saltar a escena por un instante para impedir que se incendie todo. Me toco hacerlo así que recurriré al discurso de San Crispín de Enrique V: “We few, we happy few, we band of brothers”. Quien tenga oídos que entienda o como diría en mi auxilio el mismo autor: “lend me your ears”: Si siguen con remilgos y ridiculeces, cuando se animen a pelear por la democracia, por esa que garantiza el libre mercado, ésta ya estará muerta. Y ese, créanme, mis amigos en las derechas es el peor entorno para los negocios que existe.

Columna publicada el día domingo 23 de julio del año 2023 en el diario La República

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