Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

7 Mayo, 2023

Lo que de veras importa

Este viernes en la mañana, mientras estaba al aire, la Organización Mundial de la Salud anunció oficialmente el final de la emergencia internacional del Covid 19. Me tocó hacer el anuncio. “Se acabo la pandemia” dije, aunque no la enfermedad, que seguirá con nosotros. Podría pasar por alto la noticia, porque en los últimos 18 meses, la pandemia se fue acabando de a pocos. Pasó de ser muy contagiosa y sumamente letal a ser muy contagiosa y poco letal. Hoy, ya no es una epidemia. La expansión del contagio desapareció para confundirse contra otras infecciones virales.

Pero decir “se acabo la pandemia”, es como decir “se acabó la guerra”. Son más de 3 años que no podemos pasar por alto. Las consecuencias sociales y emocionales tienen un impacto profundo que durará el resto de nuestras vidas. Las situaciones extremas, las que nos ponen realmente a prueba desde el miedo y el dolor, son las que sacan lo peor y lo mejor de cada uno. En ese espejo se ha tenido que mirar la humanidad entera, sin ningún entrenamiento previo, salvo el de las pestes históricas, y no todos tienen algo de que enorgullecerse. Sobrevivir es, para muchos, un premio consuelo luego de despedir (ni siquiera se pudo enterrar con presencia de familiares) a los más queridos. Hoy, 6.9 millones de muertes es la cifra oficial de la OMS. Se calcula que por el subregistro son 20 millones de muertos. En términos de supervivencia de la especie, estadísticamente menor si se le compara con la gripe española de 1919-1920 que mató 100 millones. Pero detrás de cada número hay personas, familias, dramas hondos, muchos en un duelo no resuelto hasta hoy. Cualquiera que haya entrado a un cementerio, en absoluta soledad el 2020 y el 2021, sabe de que hablo.

Sobrevivir para muchos peruanos ha significado regresar a la pobreza o la pobreza extrema. La pandemia se llevó los ahorros y la pequeña empresa. Para los estudiantes, retroceder aprendizajes educativos de los que aún no se tienen pruebas censales pero que los expertos presumen son mas profundos de lo esperado. Una generación de niños y adolescentes tienen secuelas de depresión y ansiedad y tal vez deban ser medicados (si cuentan con acceso a salud mental, otro gran déficit peruano) por mucho tiempo. Sus padres, también.

Se hizo lo que se pudo el 2020, pero se hizo mucho daño. Se politizó todo y eso solo lleva al error. El gobierno de Vizcarra adoptó un enfoque paternalista, pero al mismo tiempo estatista y punitivo para culpar a la población de su enfermedad. Castigó y demonizó a la empresa privada por sesgo ideológico y no por razón real alguna. Puso en los primeros meses, todas las trabas posibles para salvar algo de la economía que podía ser salvada, arrojando a millones a la pobreza. No concentró el esfuerzo sanitario en las plantas de oxígeno (el único recurso probado para salvar vidas antes de las vacunas) condenando a miles a una muerte segura.

Pero lo peor fueron los toques de queda. Eso aglomeró a millones de personas en las pocas horas a la semana que se podía comprar. No recuerdo cuantas veces implore al aire para que terminará el cuento de la quincena. El efecto fue asesino. Los mercados aglomerados (se prohibió el despacho a domicilio y los autos particulares) expandieron ferozmente la enfermedad, sobre todo entre el 30% de la población urbana que no cuenta con refrigeradora. ¿El resultado? Los peores números del mundo en fallecidos por tamaño de población. La cifra oficial va en 220,000, pero se calcula que fueron 300,000. Vidas que, con otras políticas públicas, no se hubieran perdido. Pese a nuestros ruegos, no se entendía que la medida mataba.

A nuestros partidos políticos, con total irresponsabilidad, no se les ocurrió mejor idea que derrocar a Vizcarra, inventando una excusa. De su vacunación clandestina se supo meses después. Nos tocaron los peores políticos en las peores circunstancias. Cuando necesitábamos evidencia científica, nos inundo la pseudociencia. No había una vacuna comprada cuando cayó Vizcarra y ese retraso nos costó la segunda ola, mucho mas letal que la primera. Sólo cuando se pudo vacunar masivamente el 2021 el número de muertos bajo.

¿Todo fue malo? No. Se salvaron vidas. Mas heroico haberlo hecho casi sin herramientas para lograrlo. Aprendimos a vivir en la virtualidad, a convivir en familia, a disfrutar del aire libre, de los días soleados. Conocimos el silencio y la soledad tanto que hoy valoramos un encuentro y un abrazo. Pero los costos han sido gigantescos.

Releía las columnas que escribí el 2020. Van de la terca esperanza a la ira por las decisiones estúpidas a las que nos tuvimos que someter. Pero al final, lo que de veras importa estuvo siempre delante de nuestros ojos: estar vivos, al fin y al cabo. La vida, siempre la vida, va primero.

Columna publicada el domingo 7 de mayo del año 2023 en el diario La República

Share on FacebookShare on Google+Tweet about this on Twitter

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *