Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

26 Junio, 2021

Guardar fuerzas para agosto

Mi abuela tuvo el primero de sus cinco hijos en 1921. El último ellos, mi padre, ha muerto este 2021. Un centenario que calza con el de la independencia del Perú. Mi abuelo, al que llegue a conocer, nació en 1879 pocos días antes del Combate de Angamos, donde su tío alcanzó la gloria como el último comandante del Huáscar.

Como se verá, la historia del Perú y sus fechas me son difíciles de olvidar porque crecí entre libros, héroes y tres siglos unidos apenas entre un abuelo y su nieta. Un día antes de morir mi padre me sugirió mirar estas elecciones con perspectiva histórica. Así que hare un esfuerzo por cumplirle el encargo. Fácil no es entre tanta pasión y tanto miedo.

¿Qué no ha vivido nuestro país en el último siglo? Terremotos devastadores, fenómenos del niño con proporciones de cataclismo, epidemias de toda índole y esta larga y triste pandemia que aun soportamos. Caudillos militares, magnicidios, linchamientos populares, golpes de Estado y autogolpes, constituciones a la medida y sin medida. Guerrillas, subversión, terrorismo y narcotráfico. Bombas de todos los tamaños. Hiperinflación, desempleo, carestía y hambre fruto de los experimentos económicos socialistas. Muertos, de todas las edades, que murieron por la acción o inacción del Estado y la sociedad. Millones de desplazados y millones de migrantes peruanos buscando una vida de prosperidad que el Perú no les dio. Dictadores, presidentes derrocados o vacados, autócratas y déspotas. Ladrones de toda laya, de los pericotes y de los asaltantes del fisco. Pero ¿eso es todo lo que somos?

En los últimos cien años se erradicó el analfabetismo y la educación básica es hoy un derecho universal y su cobertura es casi total. Las peores enfermedades infantiles desaparecieron con potentes políticas de vacunación y la mortalidad materna se redujo significativamente. La ingeniería peruana unió con caminos a todos los pueblos del país y su calidad fue mejorando década a década. Represas, canales, obras de mega ingeniería en minas y energía cubren hoy el país. Millones de hectáreas incorporadas a la agricultura que, ahí donde se moderniza, alcanza productividad de clase mundial. Empresas que aprendieron a competir contra el mundo, telecomunicaciones que llegan hoy a todo el territorio. Problemas limítrofes resueltos y relaciones comerciales abiertas al mundo. Un 80% del país llegó a estar por encima de la línea de pobreza. El voto se convirtió en universal y el próximo julio jurará el quinto presidente democráticamente elegido en periodos de cinco años. Cubrir la lista de logros culturales sería largo, pero basta con abrir los ojos para ver los grandes legados que nuestra sociedad tiene para mostrar. Me quedó corta.

Si vemos el Perú en periodos más largos de tiempo, su extraordinario progreso es innegable. Nos gustaría que fuera más rápido, más constante, más equitativo, más formal y de calidad en la provisión de servicios como agua, vivienda, transporte, educación, salud, seguridad o justicia, con innegables déficits, pero el progreso no tiene retroceso. La vuelta a la pobreza de millones de peruanos es hoy una tragedia, pero no una condena a perpetuidad. Se puede salir de ella y el camino esta ya trazado. ¿Desvíos en ese camino? También son innegables y nuestra joven república los ha caminado todos. Con dolor y sufrimiento que pudo ser ahorrado, sin duda, pero ¿del que se puede salir? Con total convicción.

Es una desgracia que enfrentemos una segunda vuelta con tan malos candidatos, que no han dado muestras de mejora. Perderemos por un tiempo la democracia o la economía. Tal vez, ambas cosas, sin remedio alguno. Pero gane Castillo o Fujimori, candidatos que no quiso el 80% del país, en agosto debe comenzar la organización de esa fuerza extraordinaria que ha hecho que nuestra república, pese a todo, prevalezca, limitando al poderoso. Esta es la tarea de esta hora.

Otro encargo constante de mi padre fue terminar mis columnas en positivo. Así que hoy voy a intentarlo:  ya no pelee, no se crispe, no se angustie. Deje de averiguar el voto ajeno, que es secreto. Deje el apostolado electoral y conserve la armonía familiar y a sus amistades. “Nada te turbe, nada te espante” como decía Santa Teresa. La verdadera lucha no termina el 6 de junio. Guarde fuerzas para agosto. Las vamos a necesitar.

Columna publicada el domingo 23 de mayo del año 2021 en el diario La República

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