Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

20 Agosto, 2020

Sálvese quien pueda

Cinco meses después de declarada la emergencia sanitaria por el Covid en el Perú, un cambio de rumbo parecía impostergable. No es necesario ahondar en las cifras una vez más, para ver la magnitud del desastre. Nadie esperaba un éxito rotundo con un sistema sanitario de pésima calidad y una población mayoritariamente informal, pero ¿últimos del planeta en todos los frentes? Después de tanto sacrificio, la frustración no hace sino crecer.

Por eso, un cambio de liderazgo traía la promesa implícita del reconocimiento de errores y una nueva estrategia daba un aire de esperanza. El sinceramiento de cifras, la apuesta por la atención primaria (que la gestión del ministro anterior cerró pese a todos las advertencias y riegos) y la compra de pruebas moleculares de aplicación masiva eran parte de este refresco. Sin embargo, se perdió tiempo en el Congreso con la censura al gabinete Cateriano. El nuevo gabinete debía anunciar nuevas medidas, con base en experiencia internacional efectiva, para parar el ritmo de contagios.  Con enorme pena, la esperanza ha durado poco.

La ahora reiterada estrategia sanitaria Zevallos – Zamora es reactiva y punitiva. Al enfermo se les espera en el hospital. Sin buscarlo, sin aislar familias, sin llevarle medicina, oxigeno o provisiones. El que esta grave, llega moribundo a un hospital saturado donde su destino no será otro que el de morir en soledad y ahogándose. Esa estrategia fracasó hace tiempo. Bastaba ver Iquitos, con su cuota de sangre de buenos médicos para entender que eso no funciona. Sirve, eso sí, para echarle la culpa a los gobiernos anteriores (que la tienen) y no asumir el costo de un despliegue sanitario.

La estrategia punitiva traslada la responsabilidad del Estado al pueblo, al que se presenta como incapaz y, por tanto, tiene que ser multado (la tabla es inaplicable y un incentivo a la corrupción que no disuade a nadie) o encerrado en cuarentenas universales con toques de queda que, pudiendo haber sido útiles, hoy ya no tienen mucho sentido. Un tercio de la población peruana está hoy encerrada.  Se ha vuelto al toque de queda de 30 horas desde el sábado hasta el lunes. Si esta medida fuera inocua, se podría tolerar el daño económico.  Pero, puede ser como el dióxido de cloro. No sólo no ayuda; daña.

¿Qué han hecho los países que mejor han manejado la pandemia? Desarrollar una estrategia preventiva y educativa. Preventiva no solo en la comunicación activa de mensajes de cuidado personal, sino en la búsqueda y aislamiento de los que portan el virus y su núcleo familiar (rastreo para cortar el contagio), con síntomas o sin ellos, atendiéndolos de forma integral, antes de que empeoren (atención primaria). Educativa, porque persuade al ciudadano. ¿Quién quiere enfermarse o morir o contagiar y matar a los suyos? Esto, por supuesto, no quita la necesidad de ampliar la oferta hospitalaria, pero esa no es, en ninguna parte, la única o la principal medida de acción.

La estrategia “encierro a todos, les doy un bono y los espero en un hospital saturado” fracasó. Pero se insiste en lo mismo.  Así, ya no queda más que la reacción ciudadana. En un esfuerzo enorme, diócesis y parroquias están comprando sus propias plantas de oxígeno. Empresas mineras también están donando las suyas. ¿Cuál es la reacción del Minsa esta semana? Impedir que Huancayo y Jauja tengan provisión de oxigeno de plantas construidas por la PUCP porque ahora resulta que no les gusta que las nuevas plantas tengan un inocuo filtro de aceite. Como lo lee.

Ahora sí, nuestra única esperanza está en la vacuna. A aguantar seis meses más y a cuidarse, cada uno lo mejor que pueda, tratando que el Estado no te mate repitiendo una y otra vez sus errores, como si fuera a surgir, por mágica razón, un resultado diferente.

 

Columna publicada el domingo 16 de agosto del 2o20 en el diario La República 

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