Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

25 Noviembre, 2019

Eso estuvo mal

La campaña electoral del 2011 puso al país en una encrucijada. “Entre el cáncer y el sida”, dos malas opciones llegaron a la segunda vuelta y lo único que quedaba era elegir a la menos mala.

Humala, recordemos, oficial del Ejército en retiro, criado en casa de retóricos extremistas de izquierda, irrumpió a fines del 2005 con un discurso populista. Para felicidad de Alan García, fue a abrazarse con Chávez en enero del 2006. Así, García lo escogió como contrincante de segunda vuelta, destrozando previamente a Lourdes Flores. Y en la recta final hizo campaña de tú a tú contra el Presidente venezolano: “O Chávez o el Perú”. El Presidente acusado por corrupción, que arruinó su país, el que estatizó la banca, fue reelegido, además, como el favorito de los empresarios. Astuto García, fabricó un monstruo más grande que él.

Cinco años después el miedo había sido alimentado por el interés de García y las torpezas de Humala. En ese quinquenio entreviste 18 veces al aspirante a Presidente. Ignoraba mucho pero no era, ni remotamente, Hugo Chávez. Lo sabía cualquier observador. Desde enero del 2011 Humala (o su equipo) me vetó (por dura, supongo) y nunca más me dio una entrevista hasta que salió de la cárcel. Pero, estudie a fondo “La Gran Transformación”, su disparatado documento de plan de gobierno y fue tan evidente que, así como Humala no era Chávez, tampoco estaba representado (ni él, ni la mayoría de sus parlamentarios) en ese texto. Cambió a la “hoja de ruta” sin pestañear. Cualquiera con el oído atento (y algunos libros leídos) hubiera entendido que no era ninguna amenaza para la empresa privada como su gobierno lo demostró. Era una amenaza para Alan García.

No dudo que los miedos de Dionisio Romero y de los demás empresarios agrupados en Confiep fueran reales. Pero eso era lo único real. Todo lo demás fue retroalimentación perversa, ignorancia y prepotencia. Nada hay de liberal o pro competencia. Mercantilismo y del peor, sí. Creer que puedes torcer la voluntad popular porque dispones de millones (incluso ajenos) para hacerlo, porque nadie te pone límites, porque la ley eres tu mismo y porque, finalmente, el fin justifica los medios es una inmoralidad, que aún por extendida, no deja de serlo.

Conozco de cerca los miedos, los prejuicios, la ignorancia y hasta la amoralidad de los más afortunados del Perú. También su valor, su entereza y su bondad. Pero lo que desconocía, lo que asusta de verdad, es que no puedan reconocer que hicieron mal. Se miran al ombligo y entre ellos se reparten excusas, cuando no mentiras, (Confiep invoca una campaña “2009 – 2012” cuando saben que estamos hablando de mayo y junio del 2011) autocomplacencia y autocompasión. Ni una ligera, sobria o pequeñita disculpa.

Si el empresario más rico del Perú encuentra consuelo a su conciencia en su abogado penalista, que lo anima diciéndole que no ha cometido delito queda claro que ha perdido toda posibilidad de discriminación moral.  Si bien es muy grave que se pierda la conciencia moral de un grupo dirigente no pierdo la esperanza en que de una generación de empresarios jóvenes, lúcidos y mejor formados en ética emerjan nuevos liderazgos que puedan sacar lecciones para decir en voz muy alta “eso estuvo mal”.

Solo tres palabras para cambiar un mundo. Se empieza con reconocer el mal para poder decirle “no, nunca más”. Si no lo hacen, no se quejen de lo que vendrá.

Columna publicada el domingo 24 de noviembre del 2019 en el diario La República

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