Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

11 marzo, 2019

Cambios esperados

César Villanueva, Presidente del Consejo de Ministros, ha renunciado. Para nadie es una sorpresa. A punto de cumplir un año de mandato, su ciclo había terminado hace mucho. Sin embargo, no es su final político. Se reincorporará al Congreso, probablemente a su misma bancada de APP.

El ex gobernador regional de San Martín, con movimiento político regional propio, fue Presidente del Consejo de Ministros de Ollanta Humala (cosa que nadie parece recordar). Le fue pésimo y su paso fue breve y atropellado. En el entendido que se le convocaba para llegar a acuerdos con fuerzas opositoras, ofreció al Apra y al fujimorismo varias cabezas de ministros. Los ministros se enteraron y se quejaron. Humala escogió a los ministros. La intervención pública de Nadine Heredia, desautorizándolo, quedó como la razón principal de su salida, pero no lo fue.

El 8 de marzo del 2018 Villanueva, en su calidad de congresista, presentó una moción para la vacancia de Kuczynski. Consiguió, muy rápido, 29 firmas. El fujimorismo no se sumó de inicio, a pesar de que durante febrero se había expuesto de forma detallada cómo la empresa del Presidente había firmado contratos con Odebrecht (mientras era Ministro de Economía el 2006) que eran transferidos en la cobranza final a First Capital (a nombre de su socio Sepúlveda) para ocultar la participación de la primera en la operación. El conflicto de interés era evidente y, pese al paso del tiempo y de la prescripción, la situación de Kuczynski era cada día más precaria. Recordemos que el engaño en el indulto a Fujimori le hizo perder los votos de la izquierda y de los liberales.

Es en ese contexto que Villanueva se convierte en el operador político de la vacancia. Esta se logra con la renuncia de Kuczynski días después con el incidente Mamani. ¿Cuánto había coordinado con Vizcarra, embajador en Canadá? Ambos juran que nada. No parece cierto y nadie se lo ha creído. También juró en cuanta pantalla estuvo que no sería Presidente del Consejo de Ministros. Tremenda mentira. Justificada luego con “el Presidente me lo rogó” es aun hoy imposible de creer.

El pecado de original tuvo como correlato una posición de sumisión ante el fujimorismo. Pocos recuerdan cuando en el voto de investidura Villanueva dijo sentirse “orgulloso de su Congreso” (sí, de éste Congreso) luego de todas las tropelías cometidas el gabinete que integró Vizcarra. Abusos de los que fue víctima el propio Presidente. ¿Qué más hizo Villanueva en aras de suavizar las cosas con el fujimorismo? Pactar reuniones secretas con Keiko Fujimori, las cuales ella pretendió uso para desprestigiar al Presidente apenas Vizcarra se zafó de sus riendas.

Desde julio pasado, cuando el Presidente decidió tener agenda propia, Villanueva se convirtió en un problema. Aparecía poco en la defensa de las iniciativas presidenciales. No pocas veces contradijo al Presidente (en el tema de equidad de género, solo por recordar un ejemplo) y hubo que salir corriendo a enmendar. Su posición, a veces tibia, a veces invisible, en la lucha contra la corrupción no sumó nada. Por el contrario. La popularidad del Presidente subía y la de Villanueva (y la del gobierno) nunca estuvo ni cerca.

A estos problemas políticos debe añadirse los problemas de gestión. No hay una percepción popular de eficacia gubernamental. En un país lleno de brechas y con tantas necesidades, se puede aguantar las dificultades de un gobierno nuevo un tiempo, pero no todo el tiempo.

Un nuevo Primer Ministro no garantiza un mejor gobierno, pero este cambio hace meses que se caía de maduro. Si Villanueva se quedó tanto tiempo fue porque así lo pactó en el ánimo de reivindicar su paso anterior por el gabinete. No le ha servido de mucho. Al país, de muy poco.

Columna publicada el domingo 10 de marzo del 2019 en el diario La República

 

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