Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

8 abril, 2018

Limpieza

El sol abrió con fuerza desde muy temprano. Desde lejos, la playa era hermosa como siempre. Pero sus orillas mostraban un paisaje diferente. Arrastradas por los ríos que llegan al mar, la marea retirada dejaba ver decenas, tal vez cientos de bolsas y otras envolturas hechas de plástico. El material no sólo es desagradable a la vista. Es muy peligroso para la fauna, en especial para más de una docena de aves migratorias – que tragan el plástico confundiéndolo con alimento – crustáceos y otras especies que pueblan con riqueza esta zona.

Lo bueno del sol brillante sobre el plástico es que permite verlo sólo con poner la vista al ras de la arena. Cada platina de cada paquete de galletas o dulces, medicamentos, ungüentos y demás se notan con certeza y permiten su rápida extracción. Es imposible hacer este trabajo a oscuras. La luz es imprescindible para la limpieza. No sólo porque permite ubicar lo que es tóxico, sino que nos permite discriminar aquello que no es basura sino el natural material orgánico que hace miles de años reposa en la orilla. Plumas del cambio que realizan las crías al terminar el verano antes de partir al norte, conchas de la renovación natural de los roqueríos, algas que cumplen su ciclo. Parece basura, pero no lo es. Su tratamiento es diferente porque si bien su podredumbre puede causar mal olor, son materiales que forman parte de la naturaleza y del ciclo de vida de las especies.

La extracción del material tóxico es manual. Siempre hay un par de laboriosos trabajadores que se dedican, día a día, a limpiar. Ellos son los guardianes permanentes de la limpieza. Pero cuándo el desborde es grande – a veces inmenso – se necesitan muchas más manos que ayuden. El trabajo debe ser muy paciente y por tanto es tedioso. Muchas cosas asquerosas son las que trae el río y recogerlas con la mano ahuyenta. La mayoría de la gente, al principio, prefiere ver a otros hacerlo y toma una actitud pasiva. Quiere su orilla limpia, pero no quiere ensuciarse las manos. Entonces un pequeño milagro ocurre. Una persona decide meterse, hurgar entre la podredumbre, hacer montículos, pedir bolsas a los trabajadores, ayudar en lo posible a aligerar el trabajo. Otra persona la sigue y luego otras. En unas pocas horas toda la playa está limpia. El trabajo está concluido. Lo que dos hombres hubieran hecho en una jornada entera, se reduce en tiempo.

Mientras hacía el ejercicio de recoger la basura – mi padre me enseñó a hacerlo desde niña en muchas otras orillas como ésta- pensaba en un paralelo con la corrupción en el Perú. Esa basura llega a nuestra orilla sin que nosotros la busquemos. El río es el crimen organizado, el narcotráfico, la trata, la minería ilegal, la desforestación, la pesca negra, las coimas en infraestructura, el financiamiento ilegal de la política, la compra de votos parlamentarios. Esa basura es un río que lo desborda todo.

En un día oscuro no vemos. Pero con el brillo de la transparencia destaca la mugre. Se necesita mucha luz y hay muchas sombras. Los que se esconden en la basura no quieren que esta se note. La rodean de un paisaje hermoso, de justificaciones injustificables, para que, como en esta playa, a lo lejos, parezca que todo está bien y que sigue siendo la misma playa bella o nuestro mismo país hermoso. Pero no lo es.

Sabemos que la extracción del corrupto y sus bienes es caso por caso. Es, por ello, también una labor manual, tediosa, dura. Al igual que el plástico se esconde bajo la arena, la corrupción se esconde del ojo público para atragantarnos cuándo menos lo sospechamos. Consumimos corrupción, como esta gaviota se come una cañita de plástico, engañados sobre el daño que nos hace y el peligro que, a fin de cuentas, todos corremos.

Siempre hay quienes han dedicado su vida a luchar contra estas lacras. Son pocos, tienen muchos enemigos y están cansados. Agacharte a recoger la basura una y otra vez, ensuciarte las manos, deja al alma deshecha y el cuerpo abatido. Necesitan ayuda. El milagro es que los siempre pasivos dejen su lugar de comodidad y decidan colaborar desde donde puedan estar, Con poco o con mucho. Con su voto o con su acción. Con su indignación, con su intolerancia frente al delito. Con sus manos o con sus pies.

No falta el que te dice que mañana el río se saldrá de nuevo y todo volverá a estar sucio. ¿Por qué esforzarte tanto si la gente no aprende a no tirar la basura al rio? ¿Acaso vas a limpiar todos los días? El escepticismo siempre los acompaña. Por eso dicen muchos, ¿para que luchar si todos son corruptos? ¿Para qué meterse si pones en riesgo tu vida, la de tu familia o tu trabajo?

Lo único que puedo decírseles es que a esta hora la orilla está limpia. Y si se ensucia otra vez, cosa que ocurrirá con certeza, saldremos otra vez a limpiarla. Una y otra vez, hasta el final. Si no lo hacemos, nuestra sociedad está condenada.

Columna publicada el domingo 8 de abril del 2017 en el diario La República

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