Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

17 julio, 2016

Las complejidades de ser Ministro

El Presidente electo ha conformado su gabinete con respeto a la Constitución. Primero, designó a su Presidente del Consejo de Ministros y luego le pidió que le propusiera los nombres  de los que lo conformarían. Algunos, como Thorne y Vizcarra ya estaban cantados. Pero en otros casos, Fernando Zavala ha tenido decenas de entrevistas. Lo curioso es que algunos buenos candidatos dijeron gracias, pero no gracias. ¿Por qué?

Hoy un Ministro debe recibir como sueldo neto menos de 18,000 soles. Eso, a pesar del incremento durante este gobierno. Si tiene hijos en edad escolar o universitaria y su pareja no trabaja, no puede aceptar el encargo. La PUCP, por ejemplo, cuesta en su escala más alta, llevando unos 18 créditos, más o menos 3,000 soles. Y no es la más cara de Lima. Los tres colegios bilingües laicos más caros de Lima tienen pensiones de alrededor de 1,000 dólares mensuales. La educación privada, con altos estándares competitivos, es la que reciben los hijos de los profesionales más competentes del país. Es una aspiración natural, ¿verdad?, más aún de quien honradamente obtiene una renta alta por sus habilidades en el sector privado. Agregue usted maestrías o estudios en el extranjero. Simplemente, no alcanza con tres o peor, cuatro hijos.

El lector dirá,  si trabajan para el Estado que manden a sus hijos a escuelas públicas. Es posible. Pero no funciona así.  Nadie con dominio de sus habilidades, intensamente educado en el Perú y en el extranjero, exitoso económicamente, va a enviar a sus hijos a recibir menos oportunidades educativas de las que él recibió. Lamentablemente la escuela pública no puede competir con la educación privada de elite, que es eficaz pero de alto costo. Agregue usted seguros médicos privados, alimentación, transporte y un largo etcétera de gastos.

Conozco a 8 de los 19 Ministros. Personas muy inteligentes, competentes, honradas y la mayoría, apolíticas. Están aceptando el encargo sabiendo que van a quemar sus ahorros por el tiempo que dure el encargo. Algunos pueden aceptar porque no tiene cargas de familia o tiene pequeñas rentas de alquileres o dividendos que si les permite el Estado mantener. Pero para la mayoría, el sacrificio económico es absoluto porque el trabajo es a dedicación exclusiva y tiempo completo, a diferencia de los congresistas. Si no tienen una pareja que lo mantenga, las cosas se ponen más difíciles.

Esta primera parte de la consideración ya disuade a muchos. Pero luego vienen los problemas inherentes al cargo. El implacable escrutinio mediático (del que soy parte, porque es mi deber); el puñalero juego de la burocracia interna – que nunca llegas a seleccionar del todo y que heredas – con sus tradicionales sabotajes que el inexperto Ministro no nota hasta que se ha ido; la presión de los poderes fácticos para hacer, dar o no hacer; la presión de un Congreso que anuncia cuchillos largos; la falta de apoyo del Presidente. Disculpen, pero ¿quién quiere ser parte de ese infierno?

Finalmente, ya sin dinero, la persecución judicial. Si hay algo que se ha organizado en la política peruana como un juego perverso es denunciar por denunciar. Todo finalmente se archiva pero el gasto en tiempo, preocupación, sustos y abogados penalistas lo asume el pobre Ministro que hace tiempo dejo de serlo, con la mirada crítica de su familia que sólo le dice, ¿en qué mala hora te metiste a esto? ¿Cuándo fuiste político? ¿Cuándo tuviste una militancia que te obligaba? ¿No ganabas cinco veces más? ¿A cambio de qué?

Y es ahí donde ésta toda la complejidad de aceptar. ¿A cambio de qué? Para el que es deshonesto, ya sabemos qué busca. No es el  caso de los designados por Kuczynski. ¿Cuál es entonces la verdadera contraprestación? Pues, en veinte años de mirar Ministros, adrenalina pura y a la vena. El poder es eso. Una montaña rusa donde se tiene que estar en estado de alerta de forma perpetua, tener las habilidades cognitivas afiladas y entender el enredo de emociones con las que tendrás que cargar por unos meses en que, probablemente, el futuro de miles y, a veces, millones de personas ésta en tus manos. Saber de qué de ti depende, que tú eres el que gobierna, y por lo tanto eres el responsable de que el gigantesco aparato del Estado se mueva rápido, en la dirección correcta y sin cometer errores que generen una crisis. Ese es el único y verdadero pago. Adrenalina, a veces, sueños logrados y a veces, una pizca de vanidad.

Buena suerte a los que han aceptado. Tengan la seguridad de algo desde el primer día: fácil, no será. Ni en casa, ni el Ministerio.

Columna publicada en el Diario La República el Domingo 17 de julio del 2016

 

 

 

 

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