Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

28 enero, 2016

Y dale con que «Acuña no mintió» al declararse como doctor en su Hoja de Vida

Ya no sé en que hoyo de inmoralidad profunda nos han arrojado colectivamente.

Ni siquiera puedo entenderme en ciertas categorías básicas elementales con mis conciudadanos. Lo que estaba mal y lo que estaba bien solía ser diáfano.  Hoy, se mezcla, se oscurece, se relativiza, para que la discriminación moral desaparezca. Hoy, millones de votantes asisten al tenebroso espectáculo montado por el candidato Acuña por el cual, lo que está mal, está bien. Discriminar el bien del mal ya no es tarea fácil. Y cuando una sociedad acepta esa mezcolanza como válida, va camino, inexorablemente, a su propia destrucción.

«Acuña no ha mentido porque cuando presentó su plancha al JEE era doctor. Ahí está el título expedido por la Universidad Complutense». Ese es el axioma tramposo.

Acuña ha mentido y ha robado porque ha plagiado. Esa es la verdad. La primera única, y sólida verdad reconocida por él mismo. ¡Ha admitido que no ha citado!

Citar en una tesis (en cualquier grado) se rige por normas formales estrictas. No es un «error» no citar párrafos y páginas enteras para construir un texto que no ha escrito el que alega ser el autor. Una tesis doctoral sin citas, no es una tesis. Tampoco se puede usar la falaz excusa de afirmar que se ha colocado al final de la tesis una lista de autores, librando  al graduando de citarlos. ¿En qué Universidad seria del mundo se permite eso en un trabajo doctoral? En ninguna. Pero, ¡ni en una tesis de bachillerato! Lo que es peor para Acuña, ni siquiera su bibliografía general incluye a todos los plagiados. Miente, otra vez.

Nadie sabía que Acuña era un plagiador. Eso es cierto. Pero él sí lo sabía. Esa es la gran diferencia. Ese es el punto central para entender los efectos jurídicos de sus actos.  Él es el único – en principio- que no puede alegar ignorancia de sus actos plagiarios. Ha presentado un título expedido formalmente pero cuya nulidad es de origen porque se genera en el dolo del propio Acuña.

¿A qué nivel ha llegado la enajenación popular por la cartulina, el timbre y el sello que esta es superior moralmente a la verdad?

Usaré un ejemplo para que se entienda el problema de la nulidad de un acto jurídico. Supongamos que un hombre casado se quiere volver a casar. Sólo él sabe que se casó, hace muchos años. Es un secreto.  Si se casa, sería bígamo. Entonces, para lograr su propósito, realiza un acto corrupto y desaparece del Registro Civil toda huella de su primer matrimonio. El hombre se casa. Con todos los «papeles» en orden.  Los presentó correctamente desde el punto de vista formal. ¿Es bígamo o no? ¡Por supuesto que lo es! Mintió. Que el «papel» diga otra cosa no cambia la realidad. El segundo matrimonio es nulo.

Acuña sabía que obtuvo un «papel» con trampa. Dolosamente, por propia confesión. El papel no lo convierte en doctor. El trabajo de investigación es lo que lo convierte en doctor. Y si este nunca existió, ¿es doctor? No, no lo es. Estamos ante un acto nulo. No nació. Nunca tuvo efectos. Presentó, ante el Jurado, un papel verdadero pero con un contenido – que él si sabía – falso. ¿Cómo no pueden ver la mentira? ¿Tan ciegos están?

Formalmente, el acto nulo se declara nulo por la autoridad competente. Pero su carencia de efectos se retrotrae para quienes actuaron con dolo. Acuña no será jamás, con esta «tesis» plagiada, doctor. Nunca. Con o sin declaración formal de nulidad.

Usemos un contra ejemplo. ¿Se afectan los alumnos de la Universidad Cesar Vallejo si sus títulos fueron firmados por el «Doctor» Cesar Acuña que resultó no siendo doctor?  No, no sufren ninguna consecuencia. Porque en ese caso, efectivamente, no hay dolo por parte de los estudiantes. Sus títulos no son nulos porque ellos no tienen forma de conocer el engaño. La nulidad no los afecta.

Pésima defensa de Acuña la de «papelito manda». Burocrática, virreinal, positivista, pero falaz.

Pésima defensa la de culpar a la Complutense. Esta Universidad se juega su prestigio. Pero haga lo que haga, decida lo que decida, explique sus falencias en la revisión académica como las quiera explicar, el plagio ya está demostrado y corroborado por el mismo Acuña que admite no tener la costumbre de citar los textos enteros que toma de otro.

Penoso ver a gente honorable defender lo indefendible para salvar un posible curul en el Congreso. ¿No es hora de reaccionar? ¿No están a tiempo?

Un Presidente del Perú no necesita ser doctor, ni un doctor ser Presidente. Pero lo que el Perú si necesita con urgencia es recuperar un mínimo de moralidad pública y no pasar la mentira por verdad.

Una nota final personal

Como en todas las campañas electorales suelo recibir insultos múltiples porque no tomo partido por ningún candidato. Es así y estoy acostumbrada. Pero simultáneamente, nunca me he sumado a campañas de desprestigio sin sustento, ni apanados mediáticos. Los huelo, los detecto, los denunció y los evitó.

Por esa razón, mis posiciones solitarias, mis luchas de a uno por conocer la verdad (¿eso no era lo que hacíamos los periodistas antes?), me han costado hasta el repudio de personas que pensé toleraban mi libertad de opinar y creían en mi honorabilidad. Pasa, no hay remedio. Por algo no estoy ni en televisión, ni en radio en esta campaña. Pero mis opiniones me han hecho libre, y eso, ningún agravio me lo quita.

En este contexto, si de algo he sido acusada sistemáticamente – por negarme, nuevamente, a ser parte de una campaña para «bajarse» a Acuña – es de ser hasta su periodista asalariada. Hasta ese nivel han llegado los insultos que han sido públicos.

Por esto, nadie en la campaña de Cesar Acuña tiene derecho a decir que éste modesto blog es parte de una conspiración contra su candidatura. Mi trabajo en este espacio prueba plenamente lo contrario. Trabajo sola. Me indigno con mis lectores y la patrona – como se lo escribí a Alan García – sigo siendo yo.

Lo que ha hecho Cesar Acuña está mal y debe renunciar, si un resto de dignidad le queda.

 

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