Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

15 Enero, 2016

Encuestas

Se repite en todas las campañas. Un número mayoritario de líderes políticos decide abolir las matemáticas. Así de simple. Para ser más precisa, la estadística.

No es increíble que tengan mucho éxito. Un país con resultados desastrosos en las pruebas censales de matemáticas en segundo grado de primaria todavía suma con los deditos. ¿Por qué se podría entender que la estadística es ciencia, de estudio universitario obligatorio, no sólo en las facultades de ingeniería sino también en las de ciencias sociales, medicina, publicidad y hasta en arqueología? Esta herramienta – eso es lo que es, no un oráculo – es de suma utilidad para tomar cualquier decisión tanto de políticas públicas como de marketing privado. Es básica para la investigación científica en cualquier rama del conocimiento. Hasta las audiencias en televisión se miden con el mismo método.

Sin embargo, si no se tiene formación básica en matemáticas no se entiende porque una muestra permite conocer el todo. ¿Por qué 1200 personas sirven para recoger la opinión nacional de todos los votantes? Por la misma razón que no se necesita sacarle toda la sangre a un ser humano para saber que enfermedades tiene. Basta una muestra. Con la intención de voto, funciona igual. Lo importante es que la muestra este bien diseñada y para eso se siguen estándares. Si la empresa es seria tendrá un buen diseño de muestra, un cuestionario bien diseñado y supervisión en cada etapa. Por eso las encuestas nacionales tardan varías días en campo.

Las llamadas telefónicas a las radios, las respuestas en internet, los comentarios en Facebook o en este blog, no son encuestas porque no hay ningún diseño de muestra. Es efectista y falso llamarlas así o dotar a esos ejercicios, que pueden ser divertidos, de algún valor estadístico. No lo tienen.

¿Por qué las encuestas de opinión pública sobre el mismo tema tienen resultados distintos? Primero, porque la opinión de las personas muta día a día. El trabajo en campo de cada una no coincide milimétricamente. Segundo, porque el mayor o menor componente rural (que hace más caro y largo el trabajo de campo) puede incidir en el resultado. Tercero, porque la estadística trabaja con márgenes de error y los resultados no presentan valores absolutos. Si el margen de error es de +/- 3% una diferencia de 6 puntos entre candidatos es aún admisible dentro del resultado. Volverse locos por diferencias tan pequeñas no tiene sentido.

Las encuestas no son predicciones. Son, como se hace repetido tantas veces, una fotografía de un instante. Son útiles para ver tendencias, no para “adivinar” quien va a ganar. Aquí los adivinos no tienen participación alguna.

Las empresas de investigación de mercado viven de una facturación dedicada esencialmente al marketing comercial y la política es lo último que les interesa comercialmente. Hacen estas encuestas de opinión política porque un medio de comunicación las contrata y eso les da prestigio si hacen su trabajo con seriedad. Si no son serios, pierden su principal fuente de ingresos. ¿Qué incentivo podrían tener para favorecer a determinado candidato? Ninguno, si además tienen décadas en el mercado o responden a matrices internacionales. Eso no quiere decir que no aparezcan aventureros e improvisados en cada elección, pero su poco prestigio los delata.

Decir “no creo en las encuestas” es como decir “no creo en que sol sale por el este y desaparece por el oeste”. Usted puede “creer” lo que quiera y está en su derecho de poner su fe donde más le guste, pero la estadística, como el movimiento de la tierra, no responde a un acto de fe, sino a ciencia.

Por eso, aquellos candidatos que ofrecen una educación de calidad, invertir en innovación o tecnología y dice no usar encuestas porque no “creen” en ellas hacen un alarde de ignorancia que hace más falsas aún sus promesas. El votante debería saber que están descalificados de plano o por mentirosos o por ignorantes. No sé cuál es peor.

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