Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

20 Septiembre, 2015

Otra vez, la cantaleta

Tsunami en Japón. Foto de NatGeo.

Sé que puede sonar pesado, pero hay que hablar otra vez de lo mismo. Es urgente hacerlo por dos razones. La primera, porque sí es posible lograr un cambio y salvar cientos, tal vez miles, de vidas en poco tiempo. La segunda, porque estamos en las peores manos para sobrevivir a un terremoto: los alcaldes provinciales.

El 27 de febrero del 2010, un terremoto en Chile de grado 8.8, con epicentro a 150 kms de Concepción fue, con su posterior tsunami, la causa de muerte de 524 personas. Las ordenes contradictorias sobre la evacuación, las normas de construcción, la falta de preparación de la población, fueron los factores señalados que incrementaron el número de trágicas muertes, responsabilizándose a la ONEMI (Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior) de Chile por el desenlace.

Cinco años después, el pasado miércoles 16 de setiembre, un terremoto de 8.4 afecta el centro y norte de Chile. ¿Resultado en pérdida de vidas? Hasta esta hora, 13 fallecidos. Si bien la intensidad del sismo es menor (el incremento es exponencial, no aritmético) es evidente que algo cambió en Chile. Algo que no ha cambiado en el Perú, cuyo terremoto de Pisco grado 7.9 en agosto del 2007 dejó más de 500 muertos.

¿Qué hizo el Estado Chileno? Comenzó a buscar las mejores soluciones que la tecnología y la participación ciudadana puede ofrecer. El círculo de fuego del Pacífico – donde se ubica también el Perú – no va a desaparecer por magia. La única variable que es 100% segura es que en las costas peruanas habrá, a lo largo de los próximos siglos y milenos, no uno sino muchos cataclismos. Podemos rezar, como en la colonia, al Señor de los Temblores: “aplaca señor tu ira, ti justicia y tu rigor, misericordia señor” o podemos hacer eso pero además reducir el número de muertos usando técnicas modernas.

Aunque hay algunos experimentos auspiciosos en la PUCP, aún no es posible saber con absoluta certeza, día, hora y magnitud de un sismo. Por lo tanto hay varias coas que se pueden hacer en plazos relativamente cortos. Los resultados en sólo 5 años en Chile así lo demuestran.

Primero, normas más exigentes en construcción y sobretodo en autoconstrucción. El primer interesado en no perder su casa es el que ha invertido todos sus ahorros, el esfuerzo de una vida, en autoconstruirla. ¿Hemos visto un esfuerzo de capacitación intensiva a nivel nacional en una alianza entre Estado, academia y construcción? Hay poco de esto y los roles rectores y fiscalizadores están bien claros. Sin embargo, la desidia o ese manto de resignación o desesperanza que todo lo cubre hace imposible incorporar activamente las autoridades y a la población. A veces, el reforzamiento no requiere una gran inversión – a veces sí, cuando el suelo es pésimo y no se puede hacer la inversión, la mudanza salva la vida – pero para ello no se tiene una asesoría técnica adecuada o no se sabe dónde obtenerla.

Segundo, las normas de evacuación. Chile ya usa menajes de texto en teléfonos celulares, casi universales al igual que en el Perú, para dar instrucciones precisas. Aquí, el miércoles, una vez más teníamos a un Alcalde Provincial mudo y órdenes contradictorias de Hidrografía de la Marina y de Indeci. Su mal uso de las redes sociales (pongan hora ¿cuesta mucho?) y la ausencia de entrenamiento en palabras confusas como alerta y alarma, no colaboran en nada. Y al final, como el tsunami no llega, se comienza a creer que es una farsa y que nunca llegará. Se le pierde el respeto a la advertencia, hasta que ya es demasiado tarde.

La cereza del pastel fue Luis Castañeda Lossio quién con su habitual incompetencia en estos casos sólo atinó a declarar, a la mañana siguiente que, si pues, “Lima no ésta preparada”. Gran noticia. Y lo dice el responsable de Defensa Civil de una ciudad de 10 millones de habitantes que él ya gobernó por 8 años.

Columna publicada en La República el domingo 20 de Setiembre del 2015

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