Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

6 Septiembre, 2015

¿Por qué voy a Misa los domingos?

La pregunta me la han hecho algunas veces. ¿Y tú sigues yendo a misa? ¿Para qué? No con ánimo de ofensa, por cierto, sino con sincera curiosidad de la amiga que no entiende para que gastar 45 minutos de mi domingo en un ritual tan aburrido, en una iglesia (la católica) que desprecia y en un Dios que no se parece en nada al que eventualmente (tal vez no) podría existir.

Mi primera respuesta espontánea siempre crea algún desconcierto. “Voy porque a mi me hace bien. Y algunas veces, mucho bien”. “¿Por qué te hace bien?” – preguntan – “ir a escuchar unas lecturas de hace por lo menos 2000 años, interpretadas por un sacerdote que te cuenta un cuento de culpas, con una fijación punitiva en el sexo y encima ver comulgar a sinvergüenza y medio como si nada pasara”.

Bueno, tal vez esas críticas son ciertas pero eso no es lo que me hace bien. Me gusta el silencio. Es como la natación. El mejor deporte para que nadie te hable y tú te escuches. El recogimiento personal que puedo tener en una iglesia, cualquier iglesia del mundo, me hace bien. Escucho, pero me escucho. Y si crees que hay un Dios que si te escucha, entonces, le hablas. Y pides, a veces ruegas. Agradeces, mucho. Recuerdas a tus amigos enfermos, a los que sufren por sus hijos, a los que no tienen ningún trabajo y están cansados, exhaustos, como tú misma, cuando llega el domingo. Recuerdas a tus muertos y pides por ellos, por sus familias, para que el dolor ceda aunque el consuela jamás se encuentre.

Las lecturas, el sermón, hasta la decoración de la Iglesia sólo están para despertar algo en ti que con tantas cosas en la semana no has recordado. Algo sobre lo que necesitas una introspección espiritual que la vida agitada no te permite. Y si tienes suerte lo resuelves en ese momento de oración. Pones las cosas en su real perspectiva y te das cuenta que eso que te agobia tanto lo puedes poner en manos de Dios y descansar por un rato.

Nunca he salido de una iglesia peor de lo que entre. Encuentro paz, aliento, consuelo. Pero alrededor de mí, hay una comunidad. No los conozco (a alguno sí) pero sé que están ahí, solidarios, tratando de ser, cada semana, cada uno de ellos una mejor persona y viviendo unos mandamientos que son bastante simples. Ama. Punto. Eso es. No hay más que esto en la exigencia de vida de Cristo hoy. “Ama y has lo que quieras” dice San Agustín. Ya ésta, no te enredes con tanta regla y tanta culpa. Ama es perdona. Ama es pide perdón. Ama es ponte en los pies del otro. Ama es no juzgues, acepta. No es fácil. Claro que no lo es. Pero consuela más dar que recibir el perdón, aunque nadie te lo pida.

Por eso voy a Misa los domingos. Por eso voy en familia. Por eso me gusta ir. Si tienes fe, como quiero tener yo, Jesús ésta vivo y ésta en comunión contigo. Está a tu lado y te acompaña cuando estas siendo maltratada, humillada, ridiculizada. Esa seguridad, esa tranquilidad espiritual la recibes cada domingo. Y es gratis.

Por eso voy a Misa los domingos. Me hace bien. Si necesitaban una explicación no hay otra más simple que esta.

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