Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

11 junio, 2015

Si, me han asaltado

En relación al post anterior, varias personas señalan que yo habló en contra de la pena de muerte porque nunca me han asaltado, porque jamás he tenido que sufrir la delincuencia común.  Así que haré un recuento de mis  asaltos. Los sufridos a lo largo de muchos años. Es, creo, parecido al recuento de millones de mujeres en el Perú.

Primer asalto: Los aretes arranchados de las orejas (y eran los de huequito en el pallar). Lugar,  Avenida Lampa. Reaccione mal. Corrí detrás del ladrón gritando enloquecida por el susto, la humillación y el dolor en las orejas. Los aretes no valían mucho pero eran un regalo de mi esposo. Pare de correr por toda la Avenida Roosvelt agotada cuando me di cuenta que nadie me iba a ayudar. Nadie quería detener al ladrón. Estaba sola.

Segundo asalto:  Cerrando el carro en la pista, el copilto de un Tico me arrancha la cartera del brazo. Lugar,  Miraflores, cerca a la Avenida Larco. Reaccione pésimo. No solté la cartera. Me arrastraron una cuadra hasta que me solté. Recuerdo que estaba con falda. Veía mis piernas sangrantes, llenas de hematomas, las medias rotas. Los brazos agarrotados por aferrarme a mis cosas de pura cólera.  De nuevo el susto, pero mas la rabia. Hacer el recuento de lo que llevaba adentro de la cartera. Cancelar las tarjetas de crédito. Llamar a mi celular y que el ladrón conteste. Además de la pesadez de los trámites, lo mas bonito que perdí era la cartera.

Tercer asalto: Los niños en el carro, olvide algo y entre a la casa de nuevo. La cartera en el piso del copiloto. Lugar: Puerta de mi casa.  El ladrón saltó dentro del carro, miró a los niños aterrorizados y corrió con mi cartera. De nuevo, reaccione mal, corrí tras él. Se subió a un carro pero antes de hacerlo tapó con un post-it  parte de la placa. Pero yo ya la había visto y gritaba los números y letras en la calle a todo pulmón para no olvidarlos. Entre a la casa. Cancele las tarjetas. Llamé a RPP y dieron al aire la identificación del carro. Llamé a los ladrones. Les dije que se quedaran con la plata pero que tiraran la cartera. Aunque parezca increíble, lo hicieron. Se quedaron con mi Código Penal, todo el efectivo y las tarjetas de crédito, pero recuperé mis documentos, mi inhalador para el asma Seretide, destrozado (deben haber pensado que era un monedero) y la cartera. Una persona la encontró, llamó a la radio y la entregó.

Cuarto asalto: Bujiazo. Lugar: Avenida Petit Thouars. Reaccione perfecto. Ni me moví bañada en los vidrios pequeños de seguridad de la ventana lateral. Me habían operado hacía poco y le dije al chófer que no haga nada. Los sujetos se fueron en una moto con mi cartera. Nunca recuperé nada.

No incluyó a los ladrones de focos, felpudos y bicicleta. Tampoco a uno que trataba de abrir el carro con un desarmador a plena luz del día mientras le gritábamos de todo desde la ventana.

Y no incluyó otras historias, algunas de desenlace trágico, que han sufrido vecinos, amigos y familia intima. El trauma de estos hechos ha sido, en algunos casos, atroz e irreversible.

Si conozco el susto, el miedo, la rabia, esa ira frente a la humillación de ser invadido, vencido por un delincuente. La impotencia, la soledad, todo eso, lo se.

Y continuó pensando lo mismo que escribí ayer.

La violencia sólo engendra mas violencia, de eso vive la cultura de la muerte.

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