Una historia de Navidad
No recuerdo bien si fue el año 1975 o 1976, pero creo que todos mis hermanos ya habían nacido cuando mi papá, horas antes de Navidad nos anunció, con mucho orgullo, el mejor regalo que íbamos a recibir alguna vez en la vida. Era tan bueno, que no se necesitaba ningún otro. Ese año bendecido nos iba a regalar, a sus siete hijos, la Enciclopedia Británica.
En casa ya existía una edición de 23 volúmenes, además de índice y los dos volúmenes de diccionario, pero a saber de mi padre había quedado un tanto anticuada. La nueva edición, traía un novísimo sistema de clasificación que dividía la obra en dos: IX volúmenes de la micropedia (para búsquedas resumidas) y 19 volúmenes de la macropedia para entradas mas extensas, lo que facilitaba la lectura, dependiendo del interés en el tema. La edición, empastada de lujo con sus letras doradas sobre fondo marrón para la macropedia y añil para la micropedia, salió de sus cajas en una hilera inmensa ante los asombrados ojos de los niños.
Un poco de contexto para entender la maravilla. Lo primerio, estos eran libros importados y, en los setenta, todo lo importado en el Perú era sinónimo de tres cosas en simultaneo: gran calidad, carísimo y muy escaso. Una amiga de mi mamá era representante de la editorial y había conseguido la edición a un precio pagable. Lo segundo, no había internet, ni wikipedía y las computadoras personales eran un sueño muy lejano. La sabiduría humana se concentraba en enciclopedias y de todas ellas, la mas prestigiosa era la Enciclopedia Británica.
El hermoso regalo, sin embargo, tenía algunos problemas. El primero es qué estaba en inglés, y no en uno fácil, cosa que no revestía dificultad para mis padres y mi hermana mayor, pero sí en el caso de los seis siguientes, de los cuales algunos no sabían aun leer, en ningún idioma. Lo que me parece increíble hoy es que nadie protestó, aunque no supiéramos qué hacer con tanto libro y no deseáramos secretamente las cosas que todo niño espera en Navidad. El aroma de esa edición la puedo oler en este instante. Algo había de valioso e importante allí, tal vez en un futuro remoto, pero ¿ese día?
No se si fue mi mamá o alguna tía amable, que se apiadó de nosotros, la que le hizo ver a papá que la excentricidad era mucha. Lo cierto es que al día siguiente apareció, al lado de la ruma de libros una pila de cosas modestas que les solía regalar Papa Noel a los niños en esas lejanas navidades como muñecas o carritos. Pero puedo apostar que nadie recuerda qué recibió y nadie jamás olvidó la Enciclopedia que hoy sigue en casa.
Con los años la revisé muchas veces y la encontré muchas veces citada cuando leía a Borges. Eran tiempos en que, después de ver una película histórica no usabas tu teléfono para conseguir mas información. Tiempos en que los libros resolvían dudas antes que la opinión desinformada y en que citar la fuente era relevante para zanjar una discusión. Tiempos en que el conocimiento tendía a permanecer en el tiempo, tanto como para que valiera la pena sistematizarlo. La enciclopedia nunca fue en mi casa un punto final, sino más bien el inicio de un camino.
Lo que no supimos en ese entonces es que, en realidad, no nos regalaron una obra monumental que no podíamos leer. Lo que quedó de esa anécdota, además de las risas, fueron otros grandes regalos como anticipó mi padre: curiosidad intelectual, capacidad de organización para la búsqueda de información y un amor a los libros difícil de olvidar en tiempos de múltiples pantallas. Dar importancia a los libros hace eso en los niños. Cada uno de mis lectores puede hacer lo mismo por sus hijos y nietos. Si quieren que lean más, lea usted también y mejore la vida de ambos.
¡Una feliz Navidad para todos!
Columna publicada el domingo 25 de diciembre del año 2021 en el diario La República
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