Ultima oportunidad
A una semana de las elecciones presidenciales 2021 y a pocas horas del último debate cabe hacer una pausa para respirar hondo, mirar atrás y preguntarnos, ¿cómo llegamos aquí?
En noviembre del año pasado, ya con elecciones convocadas y en medio de una feroz pandemia que, en esos lejanos días, parecía menguar, el país entró a una nueva crisis política producto de la irresponsabilidad y ceguera del Congreso. Aquello ha afectado en mayor o en menor medida a los nueve partidos políticos que lo integran. Algunos no regresarán el 28 de julio, otros lo harán con bancadas muy disminuidas. De todos, el único que incrementa sus escaños es Fuerza Popular.
La primera vuelta transcurrió con una intención de voto presidencial que solo muestra lo voluble del cariño ciudadano (Forsyth, Lescano, Mendoza) y lo fragmentado del voto. Ya no hay partidos de masas. Los debates demostraron que tampoco hay partidos de cuadros. De hecho, de los 24 partidos con inscripción en el Registro de Organizaciones Políticas, solo van a sobrevivir 8.
Un electorado desinteresado, lleno de incertidumbres muy concretas y con un enorme desafecto y desconfianza de la política, elige a dos finalistas de los extremos que, sumados, no llegan ni al 20% del universo del padrón electoral. 30% de ciudadanos no fueron a votar. El 60% de electores no está representado en la elección parlamentaria porque no votó, votó nulo o blanco, o su partido no pasó la valla. Con estas cifras, gane quien gane, tendrá que enfrentar un ambiente hostil desde el primer día. Esta vez, no habrá treguas.
La campaña de esta segunda vuelta ha sido la más feroz que recuerde. Los candidatos tienen tantas capas de confrontación encima que son más caricatura que personaje. Pedro Castillo va desde el humildísimo profesor primario de Chota, sin más recursos que sus gallinas, hasta un socio de asesinos de Sendero Luminoso. Keiko Fujimori se construye desde la hija y hermana arrepentida y llorosa, redimida por la injusta prisión que ve la luz del Señor y lee la biblia, hasta la corrupta que corre por las calles con maletines llenos de dinero planeando el próximo golpe de Estado. De todo ha habido.
Después de rasquetear las capas de mentiras sobre ambos personajes, queda un electorado aterrado por razones justas y muy diversas. Con Fujimori y con Castillo se teme la soberbia, la prepotencia, el maltrato político, la perdida de todas las formas democráticas que los grupos totalitarios suelen exhibir cuando su poder no se limita. Se teme, con razón en ambas candidaturas, que la corrupción regrese empoderada y rampante. En ambos hay sus cosas y sus casos.
Sin embargo, como se ha explicado tantas veces, es en el futuro económico que cada uno propone, en donde nada esta parejo. El debate técnico lo demostró. Castillo no tiene una organización propia y no tiene tiempo de construirla. Su desconocimiento en asuntos muy básicos (diferenciar PBI de Presupuesto Público, definir un monopolio) da cuenta de una incompetencia muy profunda para asumir tareas que tendrá que encomendar a quien termine, en realidad, gobernando el Perú. Los que lo rodean han ofrecido un gobierno socialista con una economía socialista tradicional: Estado gran propietario, sustitución de importaciones, poco respeto por los contratos o por la propiedad privada.
Castillo ha tenido un sin número de oportunidades para despejar estas dudas. Las ha desperdiciado todas. Es sumamente confuso. Dice al público algo que luego niega. Firma documentos, para días después contradecirse. Sus allegados no han contribuido sino a confundir mas las cosas. Hoy es su última oportunidad, pero es difícil transmitir lo que no se conoce o se entiende más sobre la base de mitos o prejuicios que sobre verdades.
La lucha por el poder nunca es un paseo, pero no tiene por qué ser una guerra. Esperemos serenos, que esta contienda termine para suavizar los roces y reparar los daños.
Columna publicada el domingo 30 de mayo del año 2021 en el diario La República
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