Breve inventario de tiempos difíciles
Antes de terminar de despedir al gabinete Zevallos hagamos inventario de las batallas del día a día, con su coro de incomprensión y ataques virulentos, en los últimos cuatro meses. Porque en cada una de estas pequeñas grandes luchas contra la burocracia ciega e insensata, aplausos para la estupidez no han faltado.
He estado en la protesta por el enredo de las reglas para los permisos laborales y de tránsito; en la protesta contra la suspensión de la ampliación de servicios de internet por Osiptel; en el reclamo por el permiso para que salgan los niños autistas; en el reclamo por los bonos que no llegaban; en el pedido de pago del gasto de internet de profesores en el sector público y en salvar a los profesores del sector privado; en la lucha porque la gente pueda salir a caminar sola o con su perro; en la lucha por salir con el grupo familiar, que no contagia más que entre sí; por la calidad y cantidad de equipos de protección para la primera línea de atención; y en la lucha por el despacho a domicilio de todas las cosas posibles mientras que el gobierno y las redes sociales lo demonizaban.
He levantado mi voz contra la segregación por sexos; contra el cuento de la quincena; contra los que pedían multa, detención, castigo físico y hasta bala; contra el toque de queda, y más aún contra los rigores de días de días de inútil encierro que hizo que tanta gente se aglomerara en bancos y mercados, y que por ello terminó contagiándose y muriendo; y hasta el final, contra el confinamiento de los domingos que aglomeraba el sábado.
He estado insistiendo para que nos señalen donde están todas las camas UCI y, si no las hay, que nos lo digan; insistiendo en que no se violen nuestros derechos constitucionales o se inventen normas municipales de ley seca, fronteras imaginarias o falsos toques de queda; e insistiendo en el rastreo de contactos que nunca se dio.
No me he callado en el reclamo por la atención primaria, por los tests a domicilio, por las medicinas que nunca llegaron; ni en el reclamo por protocolos para que los deudos puedan despedirse de los difuntos; ni en la pelea por los vuelos de rescate para médicos o enfermeras y en traerlos a Lima para salvar sus vidas; ni en la pelea porque se abrieran negocios o servicios, inmensos o diminutos que no representaron nunca más peligro que el de una bodega pero a los que condenaron a la miseria; ni en la pelea por el retorno de los desplazados, adentro y afuera; ni en la de los desesperados por ganarse el día a los que la autoridad arrebataba su mercadería.
He protestado contra protocolos sanitarios inútiles, caros y demagógicos que han puesto a miles en la informalidad o en el cierre; contra la pésima técnica de legislar por entrevista, comunicado, fe de erratas y edición extraordinaria; contra la demagogia y el psicosocial de la expropiación de las clínicas privadas y los cuentos de malvados que tantos se tragaron con gusto como también contra las salvajadas económicas y jurídicas de un Congreso temerario.
Pero también he estado en la búsqueda de camas para desconocidos que imploraban por twitter; en las colectas de la iglesia para oxígeno, medicinas y comida; en el apoyo a que iniciativas culturales y pequeños negocios sobrevivan; en la lucha por salvar empresas y empleos, aceptando de buena gana los recortes de sueldo para que todos podamos sobrevivir y en la lucha para que se entienda que la suspensión perfecta de labores es la única forma de no arrojar a miles a la informalidad. En fin, en la lucha contra la pseudo ciencia y los charlatanes, por la verdad de las cifras, por la verdad del gasto y por la verdad de los muertos.
El virus no se ha ido, pero hay un nuevo aire. Desde aquí seguiremos peleando para que prime la sensatez, se corrija a tiempo, y se reconozca los enormes sacrificios del pueblo por encima de visiones que solo buscan castigarlo por una enfermedad de la que no es culpable.
Columna publicada el domingo 26 de julio del 2020 en el diario La República
Deja una respuesta