Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

4 marzo, 2019

Sexo y poder

¿Es el Congreso un espejo de la sociedad? ¿No podemos esperar que los representantes sean mejores que sus representados? La denuncia por acoso sexual que ha interpuesto una periodista contra Yonhy Lescano, legislador de Acción Popular desde el 2001, nos plantea, otra vez, las mismas preguntas.

Este es el cuarto periodo parlamentario de Lescano. Elegido originalmente por Puno, hoy es representante por Lima. Se ha hecho un nombre a punta de enfrentar a grandes empresas en materia de defensa del consumidor. Aun cuando sus acciones legislativas y de fiscalización han tenido nula racionalidad económica y una fuerte carga demagógica, se ha convertido en uno de los poquísimos congresistas populares. Para un pueblo que castiga no reeligiendo, cuatro elecciones es un record. Lescano ya había anunciado su deseo de aspirar a la candidatura presidencial de AP, una batalla de pronóstico incierto que incluye adversarios duros como Raúl Diez Canseco, Alfredo Barnechea o Mesías Guevara.

Lescano ha enfrentado con dureza al fujimorismo y al aprismo. Sus ideas económicas pueden ser disparatadas, pero nadie lo había acusado de deshonesto. Su mayor problema público hasta ahora fue su hermana, condenada por terrorismo, pero él se supo hacer un espacio para diferenciarse con éxito. Casado, con tres hijos, abogado, no tenía las clásicas denuncias por nepotismo, trabajadores explotados o fantasmas, ni estudios falsos. Tampoco coimas por obra pública o uso particular de bienes del Estado.

Sin embargo, la denuncia de la periodista es verosímil. Los chats publicados son bastante explícitos y las explicaciones de Lescano, pésimas. Primero dijo que no sabía de qué se trataba, luego que su celular lo tuvieron “terceras personas” y que en el pasado se lo explicó a la periodista (entonces, ¿si sabía de qué se trataba?) para finalizar diciendo que tenía una amistad con la periodista y gustaban de hacerse bromas.

Para desgracia de Lescano el cuento del “malentendido” está demasiado usado. Desde pedófilos hasta violadores lo presentan como excusa. Exponer a la esposa, igual. No lo va a ayudar en nada. Por lo menos no en el Perú. Puede preguntarle a Alan García. Tampoco sirve, por más expectativas presidenciales que tuviera, excusarse en que esta es una jugada de sus adversarios políticos. No lo es.

El asunto central aquí es que las taras de nuestra sociedad están representadas en el Congreso tanto como los peruanos las aceptamos en nuestra vida diaria. ¿Es Lescano una excepción? Lamentablemente, no. Machistas, misóginos, racistas, homofóbicos, xenófobos son también elegidos por un pueblo, que normaliza esas conductas, a pesar de representar también a un Estado de derecho que en el papel las combate. Sin embargo, la diferencia para esta víctima es que el victimario tiene poder político. No es una diferencia banal.

El acoso sexual es un acto de poder. El victimario cree que puede “poseer” lo que sus deseos le demandan. El jefe sobre la empleada, el superior sobre la subordinada, ejercen poder de dominación a través del sexo. Desde el caso Sodalicio, hasta las exigencias sexuales del ex juez Walter Ríos. El patrón es el mismo. Lo hacen y lo seguirán haciendo porque para estos hombres el poder funciona como un afrodisiaco. Los reta y los excita. Poseer entonces, se convierte en un juego riesgoso, pero adictivo. ¿Si el poder es político? ¿Se pueden imaginar?

Un movimiento que sale hoy de las entrañas de la sociedad se rebela. Las mujeres están hartas. Esa sí es una buena noticia. Denunciar una y otra vez, no hay otro camino para convertir en marginal lo que hoy es el pan nuestro de cada día.

 

Columna publicada el domingo 3 de marzo del 2019 en el diario La República

 

 

 

 

 

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