Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

7 enero, 2016

A falta de partido, sobra personalidad

No se puede afirmar que una persona es una institución. Puede tener su representación temporal pero la voluntad de uno no sustituye la voluntad colectiva, ni la historia, ni la tradición. Pedro Cotillo no es San Marcos. Luis Fernando Figari no es la Iglesia Católica. Donald Trump no es el Partido Republicano. Podría seguir pero creo que la diferencia es clara. Formar parte de una institución y a veces, hasta representarla, no convierte a la persona en la institución ni a la institución en la persona.

Los partidos políticos peruanos deberían ser instituciones. No lo son. Son membretes, franquicias adquiridas con firmas o sucesivas reelecciones en alianza avaladas por la ley, ante el JNE. Los partidos que lo fueron, como el Apra, el PPC o AP, cada día que pasa se aproximan más a un club de amigos, a una facción, mas que a una verdadera institución.

En las instituciones, hay liderazgos, pero el poder es temporal.

En las instituciones, hay decisiones colectivas, formándose una voluntad autónoma de la de los miembros que la conforman.

En las instituciones hay reglas. Pactos que rigen la vida institucional, cuyo incumplimiento genera sanción y rechazo,

En las instituciones hay, cuando corresponde, jerarquías previamente pactadas, que dependen del mérito, antigüedad, voluntad de pertenencia o compromiso.

En los partidos políticos peruanos los candidatos – caudillos son perpetuos, la voluntad del líder se impone sin ninguna democracia interna – por más pantomimas que se monten -, las reglas se rompen en cada paso y las jerarquías no existen o se desprecian. Así las cosas, no sorprende que no tengan militancia, sino clientela. Tampoco bases, sino empleados remunerados. Y mucho menos cohesión o lealtad en torno a un ideal.

Sin partidos políticos, no hay democracia. Sin competencia, no hay elección. Mucho de lo que veremos este verano nos puede llevar a cuestionar hasta cuando este modelo de democracia sin partidos y elecciones sin competencia justa, puede durar y hacía adónde iremos. Nadie lo sabe y a los candidatos parece importarles poco.

¿Sorprende que los anuncios más importantes en estos días sean «quien va con quien»? No. No debe sorprender porque a falta de partidos, cada grupo tiene que jalar personas, «caras», que tengan una trayectoria personal, básicamente de honestidad. Y ese juego de las sillas se repite imparable desde el 2001. Hay, por cierto, un doble juego. El que busca y el que quiere que lo busquen. Entre diciembre y enero se conoce alguna proyección de los candidatos presidenciales – que jalaran la lista parlamentaria el 10 de abril – y ahí buscan colocarse las «figuras». A su vez, el líder político necesita de ellas para hacer menos notoria su orfandad de militantes, bases o ideas. Es un win-win. Y la ley no sólo no lo prohíbe, ¡lo fomenta!

¿Cómo así? Para hacerlo sencillo, en la práctica no se necesita militar en un partido para postular por él. Él que se sacrificó 5, 10 o más años de su vida puede ser desplazado por cualquiera. El 25% de la lista parlamentaria es designada – así, a dedo – por la cúpula, es decir, por el dueño de la franquicia. El 75% de la lista debe ser elegida en elecciones internas. Pero, ¿quién postula en esa interna? Puede ser cualquiera. El único requisito es que no esté inscrito en otro partido. Hay que agregar que esas «internas» son cualquier cosa. Los delegados son conminados a votar a cambio de otras prebendas o de sus propias postulaciones. Los pocos que han tratado de llevar a cabo elecciones de «un militante, un voto», no han tenido ni padrones actualizados, ni voluntad de tenerlos. Aunque a muchos sorprenda, ahora podrán entender porque figuras representativas del fujimorismo como Martha Chavez o Luisa María Cuculiza nunca han sido militantes de Fuerza Popular. No lo requerían.

¿Figuras más buscadas en estos días? Mujeres maltratadas políticamente. Las mujeres en política son un activo. Primero, hay pocas interesadas y es necesario cubrir la cuota. Segundo, la percepción pública es que las mujeres son más honradas. Tercero, suelen ser más maltratadas políticamente que los hombres y cuarto, 50% de la población electoral es femenina. Si se fijan, todos los anuncios – incluidos los más chocantes – involucran a mujeres.  Vamos con una breve lista: Acuña lleva a Anel Townsend y a Marisol Espinoza (descontando a Beatriz Merino que se hará cargo de sus negocios universitarios), Alan García lleva a Lourdes Flores, PPK a Mercedes Araoz y Daniel Urreti a Susana Villaran. Acuña ha reclutado bien, pero el premio se lo lleva Alan García. Poner a tu lado a una mujer honesta a la que golpeaste sin «medida ni clemencia» merece palmas, compañeros.

De los punteros parece que Toledo ya no recluta a nadie, más bien pierde figuras día a día. Y el reclutamiento de Keiko Fujimori va flojo. Si botas a figuras históricas no puedes salir a la semana siguiente presentando al muy respetable General y Congresista Octavio Salazar en tu «dream team» de seguridad. ¿El General que quiso montar un psicosocial con el cuento de los pishtacos es su solución? No pues. La pobre Keiko sudaba en unos planos cerradísimos – yo creía que por maldad, pero me dicen que había poca gente en San Juan de Lurigancho – y mezclaba a un incómodo General Miyashiro, héroe en la captura de Abimael Guzmán, con unos pishtacos cualesquiera. Tan mal asesorada no puede andar la candidata número uno.

Terminemos como empezamos. Yo no creo que él Fujimorismo sea Keiko Fujimori. Creo que es Alberto Fujimori. PPK, Acuña y Toledo son ellos mismos y punto. No hay institución detrás. Pero el Apra merecía un mejor destino que ser Alan García. Y eso depende solo de sus compañeros, porque ellos son los que se lo han permitido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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