Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

13 agosto, 2015

El plagio y Monseñor

Foto: La República

Empecemos por las malas noticias para los que plagian. Esto es lo que dice el Código Penal en su artículo 219:

«Plagio.- Será reprimido con pena privativa de la libertad no menor de 4 ni mayor de 8 años y noventa a ciento ochenta días multa, el que con respecto a una obra, la difunda como propia, en todo o en parte, copiándola o reproduciéndola textualmente o tratando de disimular la copia mediante ciertas alteraciones, atribuyéndose o atribuyendo a otro, la autoría o titularidad ajena».

El plagio en el Perú es un delito con una pena grave que conlleva prisión efectiva si no hubieran atenuantes. Cuando la pena máxima es de 4 años el juez puede (casi siempre lo hace) dictar una prisión suspendida, pero cundo la norma indica que la pena es no menor de 4 ni mayor de 8 años, el mensaje del legislador al juez es que el condenado deberá cumplir prisión efectiva.

Lo segundo es que esta es una acción de oficio. La partes afectadas por el plagio pueden o no impulsar el proceso. El fiscal debe hacerlo,  con ellos o sin ellos.

¿Por qué esta severidad? Porque en  los últimos diez años, debido a la firma de Tratados de Libre Comercio y otros instrumentos internacionales, el Perú esta obligado a proteger derechos de autor y perseguir la piratería habiéndose modificado el Capítulo del Código Penal que sanciona los delitos contra los derechos de autor y conexos, incorporándose nuevos tipos.

La buena noticia para el plagiario (que no obtiene beneficio comercial) es que en el Perú no se le persigue penalmente. Este es –  paradójicamente como el aborto –  un delito «socialmente tolerado», es decir, los fiscales no lo persiguen de oficio y los jueces no lo sancionan. No hay pues, nadie preso por plagiario. Habiendo varios casos públicos y notorios, jamás se ha mandado a nadie a la cárcel.

¿Cual es la sanción para quien reproduce como propios los textos escritos por otros? Si el plagiado reclama, se irá a Indecopi, pero la mayor sanción es el repudio social. Es decir, en el campo académico, el desprestigio y probablemente el fin de una carrera docente o de investigación. En el campo periodístico, el fin de un columnista o el destierro para un periodista, por mucho tiempo.

¿Por qué gente talentosa y reconocida plagia? Hay varías razones. La primera, la pereza. Es decir, escribir con alguna periodicidad, cansa. Las ideas frescas se agotan y los textos que dicen cosas inteligentes, mejor que uno mismo, son una tentación.  La segunda, la soberbia de creer que «nadie se dará cuenta» o «¿quien va a cuestionar mi autoridad en esta materia?» o «sólo estoy copiando algo que yo hubiera escrito igual».  La soberbia nos llena siempre de razones para justificar lo incorrecto. Y el plagio es apropiarse de lo ajeno. Séptimo mandamiento, simple y claro.

¿Plagió en sus últimas dos columnas Monseñor Cipriani como descubrió el blog de Marcos Sifuentes, utero.pe? Esta demostrado que párrafos enteros de sus columnas publicadas en El Comercio son copiados textualmente, o casi palabra por palabra,  de documentos escritos tanto por el  Papa Emérito Benedicto XVI como como por el Beato Paulo VI.

En su respuesta Monseñor se cuida mucho de usar la palabra plagio pero reconoce el error. No hay duda pues que los textos no le pertenecen. Reproduzcamos aquí, íntegramente su carta al Director del diario El Comercio, en donde se publicaron sus columnas. Los resaltados son míos.

«Señor Director:
Le escribo con relación a mi artículo publicado el domingo pasado titulado “Sentido primaveral de nuestra historia”, lo que le agradezco. He visto la reacción que ha suscitado en algunos blogs de redes sociales y siento la necesidad de responder a ellos.

Las tesis que expongo, en este artículo y en otros anteriores, son parte del patrimonio de las enseñanzas de la Iglesia Católica. Por ejemplo, la relación de dependencia  de la criatura con su Creador; la necesidad actual de humanizar la humanidad; la defensa de la ley natural, especialmente en relación a la vida, matrimonio y familia; la presencia de los principios morales de la Iglesia en la configuración de la identidad de nuestra patria, la necesidad del diálogo, entre otros.

Toda mi labor pastoral, también este artículo periodístico, tiene como base y sustento las enseñanzas del mismo Cristo, de los Papas y de la Doctrina social de la Iglesia. Siempre sigo fielmente sus enseñanzas y cito las fuentes según el tipo de publicación que se trate. Este patrimonio común de nuestra fe no tiene, por decirlo así, una propiedad intelectual, pero es habitual y correcto citarlos para una mejor comprensión y, en ocasiones, para reforzar la autoridad de la doctrina que se expone.

Lamento que la brevedad del espacio me llevó a omitir las fuentes y reconozco este error. Deseo así dejar clara mi intención, puntualizando que siempre me nutro  del brillante pensamiento de los Sumos Pontífices que han iluminado mi vida sacerdotal, episcopal y cardenalicia:  el Beato Pablo VI, el Santo Juan Pablo II, el Papa Emérito Benedicto XVI y, ahora, el Papa Francisco.

Con mi saludo y agradecimiento lo saluda cordialmente
+Juan Luis Cardenal Cipriani
Arzobispo de Lima y Primado del Perú»

Es decir, ¿las enseñanzas de la Iglesia no tienen derechos de autor? Vamos por partes.

Primero, nadie espera que un Arzobispo y Cardenal de la Iglesia Católica escriba en abierta o parcial discrepancia con el Papa actual o con alguno de los anteriores. Hay una evidente armonía entre pastores y un deber de obediencia al Papa.  En uso de un medio de comunicación un pastor aprovechará el espacio concedido para hablar a su audiencia desde el magisterio de la Iglesia. Hasta ahí, tiene toda la razón Monseñor. Pero una cosa es este deber de difundir las enseñanzas de la Iglesia y otra, muy distinta, tomar el trabajo intelectual de un Papa y hacerlo pasar como propio. Esto es plagio, de acuerdo a nuestra legislación y al sentido común elemental.

Segundo, esto no es un error. La palabra error indica un accidente involuntario, donde no medió culpa alguna. Aquí hay una elección manifiesta. Se eligió no citar la fuente. La brevedad del espacio, como argumento para justificar esa elección no tiene solidez alguna. ¿Cuántas palabras son «Cómo dice el Papa Benedicto XVI»? 6 palabras. Entra. Y sin problemas.

Tercero, Monseñor nos da una pista en su respuesta. Fíjense en la frase: «Reforzar la autoridad de la doctrina». ¿Qué más autoridad que la de un Papa para reforzar el texto de un humilde pastor? «No lo digo yo, lo dice el Papa». Eso es contundente. ¿Por qué no lo hizo Monseñor? Es un hombre muy inteligente como para no perder la oportunidad de «reforzar la autoridad de la doctrina» en un texto de su autoría. Y no lo creo tan soberbio como para querer hacerse pasar por el Papa.  Aquí deslizó una hipótesis, tal vez imposible de confirmar. Es posible que Monseñor encargue estos textos a un secretario, señalándole el tema y en ángulo de la columna, y éste, temeroso de no estar a la altura del encargo, tome prestados los textos que tiene a mano y se los presente a Monseñor como propios, para su aprobación. No veo otra explicación a un acto tan torpe en un hombre tan inteligente.

Es una pena, pero a esta hora, la  noticia ya dio la vuelta al mundo. La conducta de Monseñor, en un mundo donde miles de emprendimientos educativos católicos luchan contra el plagio entre sus estudiantes y docentes, es un ejemplo negativo que se pondrá en vitrina. Ya esta en cadenas de noticias internacionales  y sus consecuencias sobre el futuro pastoral de Monseñor Cipriani son imprevisibles.

Utero. pe encontró un segundo plagio al que no se refiere Monseñor en su carta, pero sobre el que si responde el Director de El Comercio, cuya respuesta fue esta:
RESPUESTA DE EL COMERCIO

«El día lunes utero.pe reveló que el artículo “Sentido primaveral de nuestra historia”, que el cardenal Juan Luis Cipriani publicó el pasado domingo en nuestras páginas, contenía pasajes textuales del libro “Communio” de Joseph Ratzinger sin hacer uso de comillas ni mención a su autor. Luego se ha encontrado la misma práctica en un artículo anterior, “Tú tienes la palabra”, publicado el 23 de mayo del 2015, esta vez respecto de una encíclica de Pablo VI, “Ecclesiam Suam”.

Más allá de las que puedan ser las consideraciones internas de la Iglesia Católica a este respecto, la política de El Comercio sobre el uso de frases o párrafos de terceros en sus páginas es clara: se deben hacer las menciones correspondientes para no dar una idea equivocada al lector sobre su autoría. El Diario lamenta profundamente lo ocurrido con estos artículos del cardenal Cipriani».

La repuesta El Comercio se abstiene de calificar la conducta de Monseñor como plagio pero reitera una política universal sobre el citado de fuentes y «lamenta profundamente lo ocurrido».

Como ha sucedido en otros casos, estas conductas son, – y lo digo con tristeza -, sistemáticas y permanecen indetectables por largo tiempo. El Comercio debe someter todas las publicaciones de Monseñor a un escrutinio amplio sobre apropiación de textos ajenos para determinar la extensión de la práctica como se hizo en el caso de otros columnistas del diario. Sería lo equitativo, además de ofrecer ese espacio a otro pastor de la Iglesia. Monseñor no sólo a «ha dado una idea equivocada a los lectores sobre la autoría» de un texto. Ha faltado al deber de veracidad de todo columnista frente a su Director y frente al público. Rota esa confianza, es imposible volverla a restituir, se trate de quien se trate.

 

 

 

 

 

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