Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

28 enero, 2022

El rey esta desnudo

Las entrevistas que me gustan se parecen a un duelo. Los oponentes no son enemigos, pero si adversarios temporales.  Durante el lance, uno de ellos intenta mostrar un personaje construido para la ocasión y  el otro trata de desmontarlo y encontrar a la persona. El entrevistado va provisto de una armadura que le ha confeccionado a veces su ego, a veces una improvisada asesoría. El entrevistador hábil, usa su cuestionario, su investigación, su ingenio, su capacidad de repreguntar, de escuchar con atención, para recoger esas preguntas que quedan ahí, rebotando, servidas para entrar matando. Cuando se hace bien, la coraza del entrevistado se va desmontando pieza a pieza y el adversario queda desnudo. Máscaras al suelo y el público está servido.

Entiendo porque los políticos detestan las entrevistas. No es un ejercicio fácil aferrarse a un personaje y no salir de esté. Menos cuando el entrevistador, a veces con la delicadeza de un neurocirujano, va develando, capa a capa las inconsistencias, debilidades, corruptelas y hasta crímenes que pretende esconder ese sujeto de ficción que tiene al frente. La entrevista del presidente Castillo concedida a César Hildebrant cumple con creces el objetivo. Muestra a un Castillo que no quiere mostrarse. A veces por lo que dice y a veces, por lo que no dice.

Todo entrenamiento al que se somete un potencial entrevistado, como lo ha sido Castillo por sus asesores, parte de una premisa. ¿Qué quiero decirle a la audiencia? Una entrevista exitosa, desde el punto de vista del entrevistado, es la que logra colocar, de forma creíble, los mensajes que ha construido para la ocasión. En el caso del presidente, él es el mensaje. ¿Y quién es él? Esa pregunta inicial de Hildebrant es la que marca la pauta de toda la entrevista. La respuesta “un hombre del pueblo” (con reminiscencias a “un presidente como tú” de Alberto Fujimori) se reitera una y otra vez, tanto que deja de tener sentido para que Hildebrant remate con un “pero esa es una frase”.  Cae la máscara y queda la nada.

Hay más desarmadas de personaje. “El aprendiz humilde” se torna falso cuando, saliendo de tantos errores (reconocidos de forma genérica más nunca puntual) se le confronta con el nombramiento de Salaverry, quien no ha sido crítico de Castillo, aunque este pretenda imponer la idea de una gran concertación con sus enemigos políticos. Las preguntas de Cuba, Nicaragua y Venezuela venían de cajón. El negarse a dar una respuesta crítica no lo hace “el estadista” sino que lo mueve al comunismo, marxismo, leninismo que niega en todas las formas. Pero es en la gestión de crisis donde el presidente resbala en todos los huaycos que Hildebrant le avienta encima: su negada relación con Karelim López es un cuento inverosímil así como el del uso de la casa de Jirón Sarrratea; dejar que el Ministro del Interior se arregle por si solo con el comandante general de la policía demuestra ausencia de liderazgo;  recurrir a la muletilla de la “evaluación” como excusa ante la ausencia de decisión lo presenta como un hombre desorientado y sin capacidad de gestión; su supuesta ingenuidad sobre la relación del Movadef y Conare, no se la cree ni él. En fin, un naufragio por donde se le mire.

Loa asesores de Castillo pensaron que César Hildebrant cumpliría el doble propósito de presentar al presidente como un hombre valiente frente a los medios sin nada que ocultar (no en vano es un periodista temido) y que con esto terminarían las críticas a su silencio de seis meses. ¿Creyeron que el entrevistador (que no es precisamente un hombre de derechas) le haría los honores? No fue así. Con respeto, buenos modales y paciencia para repreguntar el duelo logro su objetivo; vimos la desnudez del hombre. No es un espectáculo agradable, pero eso, como dice el semanario, cada lector lo juzgará.

Columna publicada el domingo 23 de enero del año 2022 en el diario La República

 

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