Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

4 enero, 2022

Castillo de arena 2022

La mejor noticia del año se guardó para el último minuto. Mas del 80% de los peruanos mayores de 12 años esta vacunada con dos dosis contra en el covid 19. En verano se vacunará a los niños entre 5 y 12 años. Hoy escucho todos los días de amigos y familiares contagiados que, a diferencia de un año atrás, viven la enfermedad aislados, pero con síntomas menores. El “pitucovid” arrasa estas semanas en San Isidro, Miraflores, Magdalena, pero no eleva el número de muertos y tal vez ligeramente las hospitalizaciones. Todo manejable a comparación de nuestros 200,000 ausentes en estas fechas. Los pocos escépticos que quedan, ese 8% que no se quiere vacunar, tiene en estos resultados la prueba mas evidente de la eficacia de las vacunas.

¿Será posible decir lo mismo de nuestra débil democracia? Sin vacuna posible, ha sufrido ya varias olas de una enfermedad que la deja cada vez peor. En el 2016 fue atacada por el obstruccionismo parlamentario del fujimorismo perdedor, que no paró hasta forzar la renuncia de Kuczynski. Desde entonces, son 5 años de reinfecciones. Un congreso disuelto, dos presidentes a la vez, un nuevo congreso que apostó a mas y tuvo tres presidentes en una semana. No hemos parado de salir a las calles e ir a votar, sin demasiada mejoría.

El último capítulo 2021 de elecciones y cuento del fraude termina con un presidente que ganó las elecciones limpiamente, pero de ahí en adelante casi todo ha ido a perdida. Salvo por la mencionada exitosa vacunación y un buen directorio para el BCR, no hay nada más que resaltar como propuesta ejecutada.  ¿Debemos alegrarnos del abandono del Ideario Programa de Perú Libre, comunista, marxista, leninista como programa para el hambre? Por supuesto. Pero “no hacer” no basta.

La forma democrática de gobierno adoptada en el Perú tiene problemas de diseño que arrastra por décadas. Partidos que no lo son, poderes del Estado mal diseñados, relaciones Ejecutivo – Legislativo jugando al borde del abismo, electores subrepresentados, la lista es larga. Sin embargo, todo eso puede corregirse si hay voluntad política. Cuesta, pero es posible. Lo que es imposible de corregir es el carácter de un político y la inmoralidad de un funcionario público.

“El burro con el tiempo no mejora a caballo”. He visto a presidentes modificar su visión de asuntos públicos; transar con el peor enemigo y renegar del aliado; tomar decisiones contradictorias sobre la base de nueva información, todo eso sin siquiera pedir disculpas. Pero nunca he visto a uno solo.  cambiar su carácter. El que es mentiroso, megalómano, acomplejado, victima perpetua o autoritario encubierto, jamás cambia. El que es líder, el que es un idealista o un soñador, nunca deja de serlo en el poder. El que es ladrón, siempre es ladrón.

El presidente Castillo en pocos meses ha demostrado que no tiene liderazgo y es incapaz de armar equipos, careciendo de capacidad de convocatoria. Sus gabinetes son el espejo de su alma. Es encimado por un entorno pequeño cuyo mayor merito es ser chotano. Tenemos un presidente que ignora demasiadas cosas (lo que no es demérito) pero que no hace ningún esfuerzo por averiguar aquello que ignora (lo que sí es su responsabilidad). El resultado es un conjunto de ofertas que suenan tremendas como estatizar Camisea o convocar una asamblea constituyente pero que se despintan en días por inviables.

Las ofertas que asustan terminan olvidadas cuando se sustituyen por las que dan risa. En cinco meses una extraña obsesión aeronáutica sacude al presidente. Ofrece un aeropuerto en Pichari (zona de coca), luego quiere vender el avión presidencial (que nadie quiere comprar), luego quiere deportar inocentes ciudadanos venezolanos en un avión que nunca despega para terminar ofreciendo otro aeropuerto en Chota. Del miedo a la risa y de la risa a la burla con pena, el 2022 viene para el presidente como un castillo de arena. Se lo lleva el mar, apenas suba la marea. Castillo no va a cambiar. Es lo que hay y no hay mucho más que esperar.

Columna publicada el domingo 2 de enero del año 2022 en el diario La Repíblica

 

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