Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

22 enero, 2016

Una conversación con Julio Guzman

Julio Guzmán, el candidato presidencial, me llamó la semana pasada para conocernos, luego del ataque masivo de sus seguidores por escribir una columna de opinión que ellos mismos habían solicitado.

Me adelantó que habíamos coincidido hace muchos años pero yo no recordaba donde. Quedamos para el martes a las 6.30 pm en una cafetería miraflorina que estaba vacía cuando llegué. En la mesa de al lado estaba su jefe de campaña y su asistente. Ambos muy jóvenes. El jefe de campaña apenas levantó la mirada ocupado en su computadora. Nos quedamos conversando casi hasta a las 8 pm, cuando el local cerró.

Julio Guzmán tiene 45 años. Le pregunté adonde había nacido. Me dijo que en Jesús María. «¿En el Hospital Rebagliati?» -pregunté-. «No» – me dijo- » en la Cínica San Felipe». Primera sorpresa. Esa es una clínica privada que no corresponde a la historia de privaciones familiares que nos ha contado. Fue entonces que me explicó las altas y bajas de una familia singular.

Su padre fue un conocido arquitecto de la UNI, que, ilusionado con las ideas del ex Presidente Belaúnde, militó en Acción Popular. Casado, ya con cuatro hijos, enviudó. Luego conoció a la madre del candidato la cual, divorciada ya, también tenía cuatro hijos. Se casaron. De ese matrimonio nacieron cuatro niños más. El penúltimo es Julio. De ahí, los 12 hermanos del candidato.

Vivieron una vida acomodada en La Molina, por la Avenida Los Ingenieros, en una época en que esa zona de Lima era casi rural. Todos los hijos vivieron juntos ya que las edades, de los que no eran hermanos entre si, eran muy similares. Eso explica porque a la muerte de su padre, cuando Guzmán tenía 14 años, sus hermanos mayores todavía no eran profesionales y apenas 3 habían terminado el colegio. El padre de sus hermanos maternos nunca apareció y su madre se hizo cargo de los 12 cocinando para diversas instituciones. Se mudaron a varias casas alquiladas hasta que los 12 salieron adelante. Hoy, sólo uno vive fuera del Perú.

Guzmán asegura que se pagó la PUCP dando clases particulares y trabajando en oficios diversos. Es posible. En esa época había una buena recalificación por escalas. Y antes de que él entrará a la Universidad en 1988, ya con la hiperinflación desbocada, existía el crédito educativo que él no recordaba. Yo sí. Por eso lo ofrece como novedad.

Uno de sus múltiples trabajos (este ad honorem) fue comentar la situación de la Bolsa de Valores de Lima con Jaime de Althaus en CCN (Cable Canal de Noticias). Luego le dieron un segmento dos veces por semana. El me recordaba de ahí y me relato vívidamente el día en que me asaltaron en la puerta. Era 1999. Sin embargo, yo no guardo registro de él en mi memoria. Luego trabajó como practicante en Apoyo Publicaciones y ahí su Jefe fue Augusto Alvarez Rodrich.

Se enamoró y se casó con la ciudadana peruana Jimena Cáceres. Se fueron a estudiar fuera y luego a trabajar a Washington. Ahí nacieron sus dos hijos mayores de 12 y 7 años. Se divorció el 2009 y se volvió a casar el 2011 con su actual esposa, ciudadana de los Estados Unidos, con la que tiene una niña de un año. Su esposa, Michel, es judía pero me asegura que no es pelirroja (como dicen las malas lenguas) y además, habla perfectamente español. No ha aparecido en campaña porque «está haciendo su propio proceso» para aceptar esta nueva situación. Pero mas adelante va a aparecer. Eso fue lo que me dijo.

Guzmán señala que nunca ha tenido otro pasaporte que no sea el peruano. «Ni green card», me dice. Su visa siempre fue la de funcionario público internacional. Sus hijos si tienen doble pasaporte.

Sobre sus intenciones de ser Presidente señala que no son tan recientes. Tiene mas de dos años trabajando para serlo. Considera que su padre fue su mas grande influencia política y recuerda vivamente las conversaciones que tuvo con él. Le pregunte si creía que ese «duelo» no estaba cerrado. «Es posible», me dijo.

También pregunté por su equipo. Me señala a su Jefe de Campaña. Me dice que es un joven, que no conocía, pero que ha dejado todo afuera por seguirlo y que tiene una historia increíble. «Cuídate», le dije. «Mucha gente te va a llamar». Lo sabe. O dice qué lo sabe.

Me pidió algunos consejos y se los di. Es obvio que una persona que ha vivido 12 años en Washington – y que no es ningún cucufato – no tiene ningún problema con el matrimonio igualitario. Vamos. Acomodar el discurso se ve falso. Además, es el Congreso el que tiene aquí el impulso de la reforma, no el Presidente. ¿No es mejor decir la verdad desde el inicio? Lo mismo con la consulta previa. Sino sabes, no inventes. Hay un Tratado de por medio. Y así. Coherencia. Errar no es el problema. El yerro mayúsculo es no reconocerlo y enmendarlo como si no se hubiera dicho lo que está grabado.

Yo me quede con la impresión de haber conocido a un idealista, que no tiene una real idea de qué es a lo que se está metiendo. Un hombre deseoso de complacer a su interlocutor y con un exceso de media training en la sonrisa.  Es eso, o es el más grande farsante que ha pasado por la política peruana. Por ahora, me quedo con la primera posibilidad.

 

 

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