¿Quién quiere más sorpresas?
El dólar está de subida imparable y eso significa, en la economía peruana, aumento de precios. En lugar de hacer algo tan evidente como nombrar a Julio Velarde en el BCR y con eso paliar en parte la incertidumbre económica en la que vivimos, el presidente hace un anuncio en otro sentido: “Van a haber sorpresas la próxima semana con el gas y los alimentos de la población”. ¿Sorpresas? Se ha apurado Pedro Francke, ministro de economía, a decir que no se trata del tan temido e irracional control de precios, mientras el dólar ¡ay!, siguió subiendo. Pero si de sorpresas se trata, ¿por qué no recordar cómo nos ha ido con ellas?
Sorpresa fue la irrupción de la pandemia en marzo del 2019. Sorpresa fue la cuarentena Vizcarra, que no sabías cuando iba a terminar, encima con su espantoso enfoque punitivo. Sorpresa fue quedarte sin trabajo o que te redujeran 40% el sueldo para que todos podamos sobrevivir. Sorpresa sigue siendo que escolares y universitarios estudien dos años en la virtualidad. Sorpresa fue descubrir que en enero no había vacunas y que existía vacunación clandestina en un ensayo clínico, empezando por el mismo presidente del Perú. Sorpresa es el luto inconcluso de 200,000 muertos que siguen doliendo igual que el día que se fueron.
Sorpresa fue que el congreso que reemplazó al disuelto fuera peor, en todo sentido. Sorpresa fue que los extremos, reyes de los pigmeos electorales, pasaran a segunda vuelta con porcentajes mínimos. Sorpresa fue que se hicieran llamar “defensores de la democracia” aquellos que se inventaron un fraude para robarse una elección legítima y ahora rueguen por apoyo porque hay que “voltear la página”. Sorpresa es la juramentación de Bellido, con un gabinete de choque que no busca ningún consenso, sino exaltar la figura de personas que tienen problemas con la justicia nada menos que por apología del terrorismo.
¿Alguien, en este país de ansiosos y deprimidos pandémicos, quiere más sorpresas? Sospecho que pocos. Yo no. Hemos tenido pésimas sorpresas, pero en lo poco que ha sido previsible tampoco nos ha ido mucho mejor. Era previsible el triunfo de Castillo frente a Fujimori. Era previsible que el plan económico de Perú Libre fuera un desastre. De solo leer el Ideario Programa de Cerrón se entiende por qué es el hambre para todos. Y era previsible que Cerrón se impusiera en el gobierno.
La forma más eficaz de afectar la economía peruana es creando un clima de incertidumbre perpetua, que no se regula por la ley, el estado de derecho o la racionalidad económica sino por la sorpresa. Es decir, por el reino de la arbitrariedad, de lo imponderable y de lo irracional. Esas son las sorpresas que solo garantizan menos inversión, menos generación de riqueza, menos tributación y menos redistribución. No es ninguna sorpresa que el mundo post recesión pandémica está creciendo, que el precio del cobre se dispara, que podemos aprovechar este ciclo positivo y que, como tantas otras veces, se nos va el tren de la historia.
La renuncia forzada de Béjar es un nuevo triunfo de la oposición, que contó con el peso de un poder fáctico como el de unas fuerzas armadas insultadas. Fue una sorpresa que exhibió la precariedad del régimen. Si este viernes 26 de agosto, el congreso le da una sorpresa al gobierno y no le da confianza al gabinete Bellido, se iniciará un proceso acelerado de vacancia presidencial. Todo depende de la impopularidad del gobierno (la economía familiar pesa) y de la viabilidad popular de una salida de este tipo, con o sin Boluarte. Este congreso no se va a dejar disolver y no tiene tiempo para que el gobierno le lleve más cuestiones de confianza. Con la primera agotada, solo podrían aceptar las que sigan; y no lo harán. Si Castillo quisiera durar, a estas alturas debería saber que va a perder esta partida sino cambia de ministros. En esto, ya no hay ninguna sorpresa.
Columna publicada el domingo 22 de agosto del año 2021 en el diario La República
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