Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

30 Junio, 2019

De mandiles y chupetas

Hace muchos años, en un programa radial con llamadas del público, se nos ocurrió tratar el tema de violencia familiar. La respuesta no sólo fue fría, sino también disparatada. “Las mujeres también pegan a los hombres” decían las voces. Años después, en otro espacio radial invitamos a hablar sobre el castigo físico a los hijos. Muchos salieron a defender que un paternal “golpe bien puesto” hacía mucho bien. Ni recordar el programa donde promovimos que los niños durmieran separados de los adultos y de ser posible, en cama no compartida. Llovieron los insultos por “no respetar prácticas culturales”.

Hoy el gravísimo problema de la violencia familiar y el feminicidio es objeto de políticas públicas transversales; ésta legalmente prohibido a los padres golpear a sus hijos; y, a nadie se le ocurre que es una “práctica cultural” dejar que un niño sea manoseado por sus propios parientes mientras intenta dormir. Felizmente la sociedad tiene el enorme poder de cambiar para bien. Pero el proceso siempre es largo y al principio son pocos los que llevan la delantera y muchos los que se resisten con entusiasmo.

El Ministerio de la Mujer tiene dos programas de atención masculina que parten de un principio básico de protección a la mujer: no basta la punición del agresor porque más útil, a largo plazo, es su educación. Con los niños y adolescentes se trabaja desde la escuela, pero ¿qué hacer con un adulto criado en patrones de violencia? Un primer programa se hace con condenados en libertad o semi libertad que, por orden judicial, y como parte de su proceso de resocialización, deben seguir un curso que les permita entender su masculinidad en términos no violentos. Hay cuatro de estos centros de atención institucional en el Perú.

El programa “Hombres por la igualdad” no es una campaña temporal. Tiene un brazo urbano y otro rural. Se creó el 2014 y este año pretende llegar a 70,000 hombres adultos en zonas críticas por el número de denuncias de violencia familiar. Es liderado por facilitadores qué, en alianza con dirigentes vecinales, Demunas y municipalidades, buscan crear espacios masculinos de dialogo y reflexión sobre sus roles en casa y en la sociedad. El ánimo es preventivo y bien trabajado, a lo largo de muchos años (y si la escuela hace su parte con nuevas generaciones) se podrá reducir la violencia. Hoy, lamentablemente, alcanza niveles de epidemia.

Es en este contexto que el Ejercito participa en una campaña que adopta por lema “fuerza sin violencia”. Sobre el estereotipo de la virilidad (el macho “es” soldado) coloca el estereotipo de la feminidad (la hembra “es” ama de casa) y busca romper ambos. Un mandil rosado sobre un uniforme militar es mucho más que el contacto de dos telas. Interpela al observador sobre la naturaleza de los roles asignados. Hay que agradecer la colaboración del Ejercito en atender con sus propios facilitadores un problema que tampoco es ajeno a la familia militar.  Sin embargo, el simbolismo ha sido tan fuerte que algunos congresistas hombres se han visto agredidos en su propia concepción de masculinidad. Nunca unas pocas prendas de vestir han desnudado tanto machismo como en las declaraciones de Sheput, Becerril o Del Castillo.

Por pura casualidad, un micrófono abierto nos ha presentado la caída de otro estereotipo. La congresista Letona contaba el viernes pasado a sus colegas Aramayo y Beteta que no había visto la entrevista de la primera porque “estaba chupando”. Una frase que sería atribuida, por los mayores, a una conducta típicamente masculina, ha sido apropiada por una congresista (al menos en privado) más joven y no he escuchado ninguna crítica imputándole una conducta poco femenina.  Como ven, se puede cambiar, pero es un proceso generacional largo. Algunos congresistas varones tienen que ponerse al día con urgencia.

Columna publicada el domingo 23 de junio del año 2019 en el diario La República

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