Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

19 Agosto, 2018

Héroes de nuestros días

Una fiscal joven, sin más armas que la ley y su dedicación, enfrenta sola a un pelotón de abogados que representa a otro pelotón de mafiosos. Jueces, fiscales, consejeros, asesores, empresarios, funcionarios integran una red de favores ilícitos mutuos que ella ha registrado pacientemente durante meses. Su investigación puede cambiar el curso de la historia del Perú al exponer ante el país la podredumbre de un sistema judicial destruido por todos los vicios posibles. Viniendo de un mundo donde el “¿qué hay para mí?” es la regla, ella se enfrenta a todos, incluyendo al superior de sus superiores, a la cabeza de todos los que persigue. No, no tiene nada que ganar. Es probable que pueda perderlo todo. Colegas, amigos, empleo. Sin embargo, no va a dejar de cumplir su deber.

Un grupo de periodistas deciden unirse para la titánica labor de exponer miles de conversaciones que pueden contener claros indicios de hechos ilícitos. Pero la información no está organizada, ni tiene contexto. Lo banal se mezcla con lo importante y a veces es pieza clave de una trama mayor. Con paciencia, logran sistematizar lo que escuchan, identificar personajes, cotejar sus conversaciones con sus actos y encontrar, con largas horas de trabajo, las pistas necesarias para colocar frente a todos a una banda criminal. ¿Qué ganan con esto? ¿Notoriedad? La notoriedad es tan pasajera como la fruta fresca. ¿Dinero? Nadie les va a pagar más por hacer lo que hacen. ¿Qué reciben? Toneladas de insultos en las redes sociales, ese campo de guerra donde las batallas son de papel y es por ello, el favorito de los cobardes.

Un grupo de mujeres, hartas de ser maltratadas, hacen evidente lo que siempre se consideró “normal” y no debe serlo.  Las mujeres son ignoradas, discriminadas, excluidas, golpeadas, abusadas y hasta asesinadas por el solo hecho de serlo. Ellas alertan, exponen, reclaman, marchan. Por las que se fueron y por las que se quedan. Por las que sufrieron, sufren y por las que no deben sufrir nunca más. Les llueven insultos.  Les colocan adjetivos. Usan hasta a un Dios inventado para ponerlo contra ellas. Pero ellas persisten. Se dejan escuchar en las redes, en las calles, en las clases, en los medios. La pasta ya se salió del tubo y nadie puede volverá a meter. El enfoque de género vino a quedarse gracias a ellas, aunque nadie les reconozca ese mérito. Aunque muchas batallas estén por darse.

Una víctima de abuso sexual por parte de un sacerdote tiene que bucear en sus recuerdos. Ha suprimido mucho de lo que no quiere recordar. Han pasado años, tal vez décadas. Sabe que otros sufrieron o tal vez siguen sufriendo lo mismo que él.  ¿Cuántas veces se habrá preguntado lo mismo? ¿Cientos? Las mismas preguntas, ¿para qué hablar ahora?, ¿quién me va a creer?, ¿qué saco yo con eso? No saca nada. El abusador tal vez esté muerto, tal vez todo este prescrito, tal vez nadie escuche y lo ataquen por mentiroso, por enemigo de la Iglesia. Tal vez pierda a su familia, tal vez sus amigos lo abandonen, tal vez su propia Iglesia no lo escuche. Lo único que siempre quiso – cuando pudo procesar lo que le habían hecho – es una disculpa. Una reparación simbólica del daño. Sabe que puede perderlo todo. Entonces, a pesar de todos los miedos, de todas culpas impuestas, habla. Y como un torrente vienen otros que, apreciando su valor, hablan también.

En estos días de políticos que ganan tiempo para no reformar nada, jueces que cobran devengados mientras colocan a la parentela y venden sus sentencias, y fiscales que hacen de guardaespaldas de delincuentes, es bueno recordar que si tenemos héroes. Contra todo y contra todos. Esto es el heroísmo: escoger el deber sabiendo que no ganarás nada, que tienes todo para perder y que morirás intentándolo, pero que, a pesar de tener todo en contra, es lo único que puedes hacer. Es lo único que sabes hacer.

Columna publicada el domingo 19 de agosto del 2018 en el diario La República

 

 

 

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