Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

19 Febrero, 2018

Un odio súbito

Desde hace 20 años Venezuela sufre todas las calamidades que el socialismo totalitario del siglo XX puede imponer en un pueblo. Antes un país rico, hoy en grave crisis humanitaria, tanto el difunto Hugo Chávez, como su sucesor Nicolás Maduro, se han ganado a pulso el desprecio de todos los demócratas del mundo. Lamentablemente para millones de venezolanos, en especial para los cuatro millones en el exilio, el régimen aún no pierde parte del apoyo popular en base a un clientelismo raquítico, pero que satisface en algo. Una alianza con una cúpula militar corrupta hace que puedan pasar más tiempo en el poder sin someterse a un verdadero proceso democrático. ¿Cuándo se irá Maduro? Nadie lo sabe con certeza. Así son las dictaduras. No tienen fecha de salida.

Quienes seguimos el proceso venezolano sabemos hace años de esta situación. La diáspora no alcanzó los niveles dramáticos del último año porque el precio del barril de petróleo sostuvo por un largo ciclo al chavismo, pero hoy a la baja, no hay caja fiscal que aguante el dispendio sin producción local. Millones han salido y millones más intentarán salir por comida y medicamentos. Frente a esa realidad, harían bien los países afectados por la migración en plantear políticas comunes dentro del marco de Naciones Unidas. Se necesita con urgencia atender muchas necesidades.

Sin embargo, el desprecio al chavismo o el aprecio al migrante desesperado tiene más complejidad. Las relaciones exteriores de los países no se definen por los sentimientos locales. No puede ser así, porque se usaría la política exterior para servir los intereses del gobernante de turno. La política exterior se fija a través de políticas de Estado que deben reflejar los intereses permanentes el país. Por ejemplo, es política del Estado peruano mantener sus mercados abiertos desde hace 25 años. Toda la política exterior se orienta en ese sentido.

Otro eje de la política exterior peruana es – y siempre ha sido – la no injerencia en asuntos internos de otros Estados. Este principio tiene dos extremos. El primero, que ningún otro Estado tendrá derecho a tener injerencia en los asuntos del Perú y el segundo, que aún en casos graves, nuestro Estado no podrá intervenir en asuntos ajenos. Esto ha permitido tener relaciones diplomáticas y comercio con países que tienen una política despreciable en materia democrática como China, sin que nadie se sofoque.

Romper este principio fundamental tiene dos efectos. El primero, el gobierno de turno que sufra la intromisión recurrirá al sentido patriótico – tremendo aglutinador -para vencer al enemigo inamistoso. Punto político interno para el dictador. El segundo, que los países “inamistosos” están permitiendo que más adelante cualquier otro Estado reclame injerencia en lo que en su interior suceda. Las relaciones internacionales son siempre recíprocas. ¿Quiere el Perú ese cambio radical en uno de los ejes centrales de la política exterior de casi todos los países del mundo?

El “Grupo de Lima” se constituye por una porción minoritaria de países dentro de la OEA. No es la OEA, ni siquiera la mayoría de países de la OEA. Si se creó fue porque dentro de la OEA no lograban una sola resolución de rechazo a lo que sucede dentro de Venezuela. Si mañana Maduro quiere, por ejemplo, crear su “Grupo de La Paz” con más países, lo hace casi sin mayor problema porque controla los votos del Caribe. Pasar a la ofensiva sin tener mayorías no parece muy acertado.

¿Por qué el apuro entonces? ¿Por qué viene Luis Almagro, secretario general de la OEA, a Lima a negociar la agenda venezolana canjeándola por un insólito apoyo al indulto a un ex dictador como Alberto Fujimori? No podemos responder por los demás países, pero en el Perú el súbito desprecio presidencial a Maduro no parece obedecer a una causa libertaria sino una causa de sobrevivencia interna.

Kuczynski sabe que una causa grata al fujimorismo de Keiko es despreciar el chavismo. Sabe que, además, el desprecio a Maduro es popular y rinde políticamente en el Perú. ¿Quiénes son los únicos que defienden a Maduro? Pues las izquierdas, justamente esa izquierda que plantea una nueva moción de vacancia. ¡Bingo! Atacar por la izquierda, conciliar con Keiko y chau vacancia.

Se le puede acusar de todas las vilezas del mundo a Maduro, pero nadie se mantiene 20 años cerca al poder siendo estúpido. Algo de eso debería aprender nuestro Presidente.

Columna publicada el domingo 18 de febrero del 2018 en el diario La República.

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