Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

9 Diciembre, 2015

Venenos surtidos

Parece que varias reflexiones, entre ellas la de esta bloguera patética, han hecho desaparecer portadas y contra campañas mediáticas – por lo menos en el grupo del 80% que concentra la prensa escrita – contra Cesar Acuña luego de ser acusado de pedófilo, violador y pervertido. La encuesta de Datum confirmó lo anunciado. Escrito está. Cuando el candidato se percibe como atacado, el veneno periodístico no mata, engorda. Acuña subió, ¿Qué otra cosa podía pasar? Estaba cantado.

Pero, ¿por qué el veneno si funciona si la postulante es mujer?  Ese es un misterio para el cual no tengo una explicación completa, salvo el de una sociedad machista pero supongo que no es sólo eso. Debe haber un factor adicional. Revisemos la evidencia empírica. Pensemos en las mujeres más destacadas en la política peruana en los últimos diez años. La única que se salvó fue Keiko Fujimori. Por ahora.

Beatriz Merino, Lourdes Flores, Susana Villarán, Nadine Heredia, comparten el mismo patrón de ataque, la misma historia, la misma metodología. Denuncias estridentes, citaciones parlamentarias o fiscales – o peor aún, acusaciones sobre la vida privada – que luego quedan en nada. Pasan los meses o los años, logran retirarlas de la política y todo acaba. ¿Tienen defectos o debilidades políticas? Por supuesto. Pero no en mayor medida que sus pares masculinos. En muchos casos, comparadas, saldrían ganando las mujeres.

En cambio con los hombres, cualquiera de estas acusaciones funciona bien. Es como gasolina a una hoguera. En 1990, ¿Fujimori falseaba el monto de la casas que vendía con su esposa Susana para ahorrarse la alcabala? ¡Quién no lo hace! y para arriba. En el 2000 y 2001, ¿Toledo es un mujeriego? ¡Qué mejor! y para adelante. En el 2006 y 2011 ¿Humala es socialista, chavista, rojo, torturador y asesino en Madre Mía? Pues siguió subiendo.

No los afectó, como si afecta a las mujeres cualquier acusación que incluya los siguientes aspectos: lesbianismo, virginidad, ausencia de maternidad, promiscuidad, frivolidad, deseo de poder. Es decir, si la mujer se sale del rol de madre, esposa silenciosa humilde y trabajadora para llevar el pan a su casa, conservadora, religiosa y absolutamente fiel, muere.

El problema es que el perfil de la mujer – política no podría responder jamás al de la esposa sumisa o sólo al de la madre de familia. Las mujeres que en el mundo llegaron a la política a través de sus esposos fueron muchas veces sus viudas, pero desarrollaron pronto un perfil propio. En el Perú, Beatriz Merino y Lourdes Flores son solteras y no son madres (pecado mortal), Susana Villarán es divorciada (pecado venial) y Nadine Heredia es esposa y madre – uff – pero no se salvó porque se le frivolizó,  se le presentó como una gastadora compulsiva de lo ajeno,  una “ansiosa de poder” (el infierno garantizado).

Recordemos una escena como la de Alan García reconociendo públicamente a su hijo frente a su esposa. Lo hizo, fin de la historia.  Ahora, imaginemos la misma escena, invertida. Ella es la Presidenta que con los ojos en el piso escucha como su esposo reconoce un hijo extramatrimonial. O peor, ella es la Presidenta que reconoce un hijo extramatrimonial que mantuvo oculto, con su esposo al lado, mirando el piso. Sería simplemente inconcebible. La vacan por incapacidad moral al día siguiente. ¿O no?

Entonces, tal vez no es un tema de machismo. Es un asunto de cuan conservadora es aún la sociedad peruana y cuan difícil es salir del rol asignado en esa sociedad conservadora a las mujeres. Aunque no lo percibamos a simple vista, las mujeres somos tan culpables como los hombres en contribuir a esta percepción. Somos las primeras – lo he escuchado tantas veces – en querer que la mujer-política responda a un patrón único y casi unidimensional.

Keiko Fujimori, es madre y esposa fiel. Silenciosa. Hasta ahí, va bien.  ¿Es la hija sumisa de Alberto Fujimori? ¡Qué dilema! Mientras lo sea, encaja en el rol asignado a la mujer – política. Pero si no lo es, si es una hija irrespetuosa, sale del molde. ¿Volverá a decir en un debate presidencial “soy la hija de Alberto Fujimori y Susana Higuchi”? ¿Qué sucederá si se rebela abiertamente contra el padre? ¿Si lo aparta, lo condena o lo niega, ya sea en sus hechos o en sus palabras? ¿El veneno de las contracampañas tendrá esta vez éxito contra ella? Pero, si no lo hace, sino se rebela contra el padre, ¿podrá ganar las elecciones?

Alberto Fujimori podría estar pensando en que, tal vez, con su hijo Hiro como el elegido, no estarían – él y su hija- enfrentando estos dilemas. Tal vez, no.

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