Rosa María Palacios

Un blog de política independiente

30 Agosto, 2015

La homologación del mal

Anoche me quede leyendo y viendo varios documentales hasta muy tarde. Una amable y muy culta lectora me envió información sobre las tesis de la filósofa y politóloga Hanna Arendt (1909 – 1975) nacida en Alemania, apátrida, judía, y migrante a los Estados Unidos (donde se nacionalizó) huyendo del Holocausto.

Arendt, conocida por su enorme bibliografía y, tal vez, su obra cumbre “Los orígenes del totalitarismo” fue enviada por la revista New Yorker, en 1963, a Israel a cubrir el juicio del criminal de guerra nazi Adolf Eichman, capturado en Argentina. Su reflexión profunda sobre el proceso la llevó a preguntarse ¿por qué personas comunes y corrientes son capaces de cometer sin ningún remordimiento o cuestionamiento moral las mas espantosas atrocidades?

Para contestar esta pregunta desarrolló la tesis de la “banalidad del mal”. Arendt señala que en una sociedad enferma ( o en grave crisis) se pueden distinguir tres grupos de personas. Dos minorías, una compuesta por fanáticos y otra por nihilistas. Pero el tercer grupo, el mas numeroso, es el de las personas comunes. Ellas trastocan sus valores de una manera radical y dejan de “pensar” (empatía, análisis, cuestionamiento) para “conocer”, es decir, acumulan información que les permite ser capaces de ejecutar, pero sin  capacidad critica.

Su conclusión clara fue que Eichman, al igual que muchos nazis, no era un monstruo, ni un loco. Lo verdaderamente aterrador era su calidad de hombre común y corriente, cumplidor de sus deberes, buen padre de familia y hasta buen cristiano que se justificaba en el juicio porque “obedecía ordenes sin cuestionarlas” haciendo su trabajo de la forma mas “eficiente”.   Todos sus valores, todo su discernimiento sobre el bien y el mal estaba alterado. El “no matarás” universal, como imperativo moral categórico (Kant) se convirtió en “matarás”. El mal se vuelve banal en esta situación. El mal ya no es mal.

Mi lectora me pregunta si el imperativo moral “no robarás” se ha trastocado en el Perú, para las personas comunes (buenas personas) en el terrible “roba pero haz obra”. Me pregunta, a raíz de un comunicado de apoyo al Cardenal, si el imperativo moral ” no tomarás los bienes ajenos” se había transformado en “plagia, no hay problema”.  Si el mal es bien. ¿No hemos banalizado el mal en el Perú?

Comparto su preocupación y agradezco la oportunidad de leer buena filosofía.  Pero hace días que estoy pensando que el asunto puede ser peor.  La elite de los medios de comunicación en una amalgama a veces involuntaria, a veces intencional,  con los políticos del país, ha decido que todos somos corruptos. Y al serlo, la corrupción se vuelve irrelevante. Se banaliza. El mismo fenómeno que anticipó el Holocausto.

Me explicó. Si homologo la corrupción política en la frase “todos son corruptos”. ¿Qué estoy diciendo? Que si hay un sólo político o periodista honesto ese tiene por definición que ser corrupto también. Ninguno puede dejar de serlo. Por lo tanto, ya no me importa que sea corrupto. Lo que importa es que sea eficaz. A mas eficacia, mas alabanza.  La lista de genocidas mundiales que fueron eficaces ante su pueblo y la popularidad de la que gozaron nos cuestiona de una forma profunda.  ¿Eso no es acaso lo que esta pasando en el Perú?

Para un político ladrón, que los hay, la homologación de la corrupción  es la puerta de escape para continuar sus fechorías o pasar al retiro sin ser perseguido, pero el daño moral que le hace al país tiene consecuencias que duraran décadas. No todos son corruptos, no todos son ladrones, no todos son asesinos. Son la minoría. Pero sí, como señala Arendt “los comunes” trastocan sus valores en 180 grados, entonces sí, habremos todos banalizado el mal.

Si los medios seguimos el juego de criticar sin pruebas o con pruebas endebles (de las que luego nadie se retracta), de destruir sin proceso y sin ley, de no esperar los plazos que impone un Estado de Derecho, entonces somos cómplices de esta banalización del mal. Al grito de “todos son iguales”,  no sólo estamos mintiendo, estamos destruyendo la conciencia moral del Perú. Directamente y con mayor responsabilidad que los “comunes”.

Somos y seguimos siendo (eso espero) una República y ésta, en oposición absoluta al Estado totalitario, se fundamenta en el sometimiento de todos a la ley. Una ley que reconoce y protege a las minorías (aun en una democracia donde gobiernan las mayorías) para que sometidas al debido proceso tengan los mismos derechos universales. ¿Qué pasó con el derecho a la intimidad? ¿Qué pasó con el derecho al honor y a la buena reputación? ¿Cuándo nos permitimos, nosotros, los periodistas, derogarlos de facto para ganar una gloria vana o unos centavos más?

Esa es la gravedad de la cuestión y no el inútil intercambio de insultos entre todos para de nuevo, enlodarlo todo, incendiarlo todo y banalizarlo todo.

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